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La marcha de la bella Francine

Prueba irrefutable de que lo bueno y lo malo habitan juntos es que, de pronto, se acaban los espeluznantes programas de verano y, simultáneamente, se nos va Francine. Mucho es el júbilo que produce el deceso de esas monstruosidades desde Palma, o desde el Parque Acuático, o desde La Toja, o desde Marbella, pero mucha, también, la aflicción que provoca la marcha de la bella Francine, cuyos pequeños dislates se diluían en un rostro enteramente humano. Sin ella, la actualidad de los fines de semana volverá a ser insoportable, por mucho que sea recitada por alguien con una prosodia perfecta. 

A Francine la envían a un programa de actualidad cinematográfica, y a Jordi González, que es un chico que lo ha hecho bien en La Palmera, uno de los pocos engendros estivales que se salvan de las llamas justicieras, no sé donde piensan mandarle. Jordi, que aportó al medio la figura del presentador humano, que lo mismo se cabrea y es antipático como, al rato, se vuelve cariñosísimo y encantador, merecería seguir acompañando a la gente en otoño, y a poder ser con ese colaborador tan bonancible y entrañable que presenta baratijas de plástico y menudencias de la vida cotidiana. De todo el basural televisivo del verano, es seguro que nada quedará en la memoria, ese depósito invisible que disuelve, como todo el mundo sabe lo que le dislacera. 

¿Cómo podría recordarse, por ejemplo, el De carne y hueso de la señorita Larraz? ¿Cómo podría vivirse con el recuerdo, en verdad calcinante, de Caliente? ¿Cómo volver a sonreír tras lo visto y oído en lo de Tal y Tal, cómo apartar de la mente esas sombras en tanga, esa celebración infernal del fascismo emergente? ¿Cómo afrontar el invierno con los ecos del pobrecito Viyuela atronando las meninges? El Señor hizo una gran cosa inventando el olvido. Lástima que lo que viene a sustituir todo eso, los nuevos programas, las nuevas series y los nuevos fichajes, parezcan eso mismo con algo más de ropa. 

El anuncio de la serie La chicas de hoy en día, que comenzará a emitirse el lunes en La 2, no parece que remita a un producto que, siquiera, justifique los dineros que ha costado, y el retorno del Jedi, perdón, de Bigote Arrocet, habla por sí sólo de lo que se avecina. Y eso por no hablar de El precio justo, esa tómbola infame que regresa. Sea como fuere, y aun con la posibilidad de que se deslice alguna novedad interesante entre tanta morralla, el otoño se presenta duro sin Francine. Ella era, dentro de la anormalidad del medio, lo más normal del mundo, era un trozo de amable realidad que se coló en el receptor durante algún tiempo.

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