Otra sin un cacho de texto!! Con lo bonito que es el cuento de la casita de chocolate y lo que es peor... el miedo que da!! Diría que es el más miedoso de todos cuántos existen.
En 1938 se casa por segunda vez con un príncipe ruso, Archil Gourielli, exige que se la llame princesa Gourielli y se compra una gran casa de campo, «Le Moulin», en Combes-la-Ville, que junto con la que ya había adquirido en el año 32 en L'Ile St. Louis de París y que había hecho decorar por el arquitecto más famoso e importante de la época, Louis Sue, se convierten en centros de reunión de las más célebres personalidades de la vida mundana de París, sobre todo los años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cuando se declara la guerra, los príncipes se marchan a los Estados Unidos y las tropas alemanas que ocupan París se instalan en la boutique, el salón y los despachos de la rue du Faubourg St. Honoré. Su casa de St. Louis se convierte en la residencia y en el cuartel general de los alemanes. Mientras tanto sus sobrinos Oscar y Mala, hijos de su hermana Regina, asesinada durante las persecuciones raciales en Polonia, se van a vivir con ella. Mala -conocida hoy día como Mala Rubinstein- se convirtió en la heredera directa de su tía.
Para que su príncipe no se aburra y opte por irse con otras mujeres, Madame le abre en el año 41 la House of Gourielli en el 16 East 55th Street. Su existencia pasó sin pena ni gloria pero entretuvo un poco a tan exótico marido. Un marido por cierto muy envidiado por su eterna rival, Elizabeth Arden, quien no se quiso quedar atrás y se buscó otro príncipe ruso con el que se casó en 1942. Cuando la Segunda Guerra terminó en el año 45, Madame vuelve a Europa para comprobar los destrozos que han realizado las bombas en la Maison de Londres y los desastres que los alemanes han dejado a su paso por París. Madame pertenece a una raza de mujer que se crece ante las calamidades y vuelve a abrir sus salones en pocos meses.
Ya viuda, en los años 58 y 59 (¡a los 86!), Madame hace un viaje que la lleva por Japón, Hong Kong y Australia. A la vuelta se queda en Israel, Helena no ha olvidado su procedencia judía, en donde compra un terreno para la construcción del «Pavillon Helena Rubinstein» que dona a la ciudad de Tel Aviv lleno de pinturas y obras de arte que ha ido coleccionando durante su larga vida. Pintada por Dalí, mecenas de Modigliani a quien le compró varias obras, visionaria coleccionista de arte africano. Madame se convirtió en una leyenda el mismo día que murió plácidamente y completamente lúcida en la cama de su apartamento de Nueva York.