04 mayo 2018

Libros, el mejor regalo

Máxim Huerta (26 de enero de 1971) siempre se recuerda escribiendo de pequeño. «Soy niño de pueblo que ha leído en biblioteca y que concursaba en todos los premios del pueblo y comarca», recuerda en un bullicioso Café Comercial en Madrid una mañana lluviosa de abril. En su cuarto de Utiel (Valencia) aún conserva las copas que entonces le daban, «como si hubiera ganado una competición de ciclismo», cuando su relato resultaba premiado. Cada libreta que le regalaban, era como un libro abierto, una excusa para soñar y vivir otras vidas... 

En unos días sale a la venta su nueva novela, Firmamento, «una historia de amor sin techo. Cuando uno se enamora crea un firmamento y nada existe... Es una novela de dos, Ana y Mario, es un juego de olas. Dicen que el agua salada –la del sudor, las lágrimas y el mar– lo cura todo... Eso también es Firmamento». Escribirlo ha sido, en esta ocasión, un placer: «Escribir no es siempre un territorio fácil. La empecé antes de La parte escondida del Iceberg, que me abrió en canal». 

A sus 47 años, está en un momento dulce. «Disfruto con lo que hago». Y eso, sabe, es de valorar. Atrás quedaron las escaletas del informativo y las mañanas con Ana Rosa Quintana. «Si en la tele me ofrecen algo que me apetece, voy». Pero su rutina está alejada de los platós. «Suelo escribir por las mañanas, tras desayunar dos veces. Y no dedico más de tres horas», comenta, hábitos que comparte con su admirado Patrick Modiano. «La rutina es necesaria, pero no porque tengas que esperar a que te venga la inspiración sino porque lo único que funciona es sentarte y estar...». Lo demás son «tonterías y mitos» que impregnan el mundo literario. «La arrogancia y la vanidad me generan risa, me parecen cómicos... Es más propio de incultos». 


La familia es «lo más inspirador que hay, es donde más se miente y más se crea», dice, aunque cualquier conversación en un bar o un susurro captado en un autobús pueden ser el principio de una historia. Da la impresión de que le gusta hablar, aunque confiesa que también tiene momentos «demasiado intensos». Debate de todo, pero solo entre amigos. En redes, prefiere mirar y opinar lo menos posible. «La gente va con la escopeta cargada. Leo, escucho y estoy al tanto de todo, pero en redes no me meto en batallas (...) No respeto todas las opiniones porque no todas me parecen respetables. Ni la de un nazi o un fascista, por ejemplo, creo que lo sean. En redes he apostatado». Sí, habla claro y entra a todas las preguntas. 

Se queja de que «en España no cuidamos la cultura. Incluso presumimos de no ir al cine, de descargarnos películas, de comprar un libro gordo para todo el año... Presumimos de esa torpeza. Me gustaría que imitáramos las cosas buenas que pasan fuera». Y mira a Francia con cierta «envidia cochina». En su última visita al Salón del Libro de París se quedó con la boca abierta: gente que hacía colas y pagaba por entrar, personas con carros de la compra llenos de libros, una ministra que recorrió durante horas los stands y de la que el gremio hablaba bien... «Desde el colegio hay que conquistar a los chavales. No puedes dar La Celestina a un adolescente... No toca leerla a esa edad, ya tendrán tiempo de hacerlo». 

Menciona a su madre varias veces a lo largo de la conversación. «Soy lo que soy gracias a ella». La pasión por la lectura o la pintura –esta última algo menos conocida– se la ha inculcado ella. «Es una gran lectora». Ahora él, con sus sobrinos, intenta seguir la labor. «Desde muy pequeños, antes de que supieran leer incluso, les he regalado libros. Me parece que es una manera de que los aprecien y los vean como algo positivo». 
Hace autocrítica, «el que más. Sé cuando algo está mal». Se confiesa «inseguro y miedoso»: «Dicen que eso es bueno porque significa que respetas lo que haces. Yo espero que sea así porque a mí me genera mucha ansiedad». Y frente a ésta, el remedio lo tiene claro: «Orfidal y lexatin, no te voy a engañar». 
Amable, sensato, con las ideas muy claras y sin intención de aparentar lo que no es, asegura que es «un lerdo digital, sólo me manejo bien en Instagram. No sé hacer una transferencia con el móvil ni manejar aplicaciones». El libro digital, pese a tener tres en casa, lo mira en la distancia. A Ana María Matute recurre para inspirarse en muchas cosas; también para cerrar esta entrevista: «Hay que inventarse la vida porque acaba siendo verdad».