Una vez logrados el éxito y fortuna, ganarse la admiración y el respeto del público suele ser el principal anhelo de los ídolos mediáticos. Sobre todo, de aquellos que han conseguido su meta a base de mostrar las lozanías y las galanuras del cuerpo.
Uno de los ejemplos más llamativos podía ser el de Katie Price o Jordan, como antaño era conocida, cuando era la moza más popular de la página tres de The Sun y su voluptuosa anatomía en cueros -enmarcada por dos colosales protuberancias siliconadas (talla 120)- era el solaz matinal de los lectores británicos.
Sin embargo, para esta modelo, nacida en Brighton hace ya 30 años, aquella fugaz popularidad no era suficiente. Quería más. Primero probó suerte en la política. Se presentó a las elecciones legislativas de 2001 con un programa basado en dos puntos principales, además de su puesta en escena insólita: incremento del gasto público (incluida la gratuidad de los implantes de silicona y del aparcamiento) y de las libertades (básicamente: más playas nudistas).
Pero su lema, Por un futuro más grande, junto a sus principales atributos no bastaron para seducir al electorado. Tras su boda con el ganador de la edición inglesa de Operación Triunfo, Price concibió una idea presumiblemente lucrativa. Mostraría la realidad de su vida conyugal en televisión.
Pronto les llovieron las demandas por el exceso de contenidos sicalípticos, en un espacio en teoría para todos los públicos. Una vez sus arcas estuvieron repletas, la celebrity inglesa más rica del Reino Unido, -después de David Beckam- decidió que quería convertirse en una mujer respetable.
En la patria de Pygmalion y My fair lady, el sueño de ser una dama distinguida que se codease con naturalidad con lores y ladies, no parecía tan improbable. Así empezó a requerir a los medios que dejaran de llamarla Jordan y se refirieran a ella como Kathy Price.
Pero la metamorfosis de la nueva Pretty woman no ha sido tan sencilla.
En su anhelada transición a la respetabilidad y al refinamiento, tuvo que deshacerse de sus atributos principales. Sus pechos recuperaron la talla 90 y perdió su melena rubia platino que tornaría en un moreno menos llamativo. Mediante la colaboración reconocida de un negro literario, escribió cinco libros: tres autobiografías, que narraban los detalles más sórdidos de su carrera y dos novelas, Cristal y Angel, que coparon durante semanas las listas de los libros más vendidos.
Jordan, perdón Katie Price, era ya un fenómeno literario. Firmó con la prestigiosa editorial Random House una serie de cuentos para niños por la que recibió un cuantioso adelanto de 300.000 libras. El primero de la colección, My pony care book, fue todo un éxito. El segundo Piratas y sirenas, también dirigido a niños, fue aclamado por crítica y público. En total ya ha vendido más de 10 millones de ejemplares de todos sus obras.
Su gran momento llegó en diciembre de 2007, cuando las lectoras de la revista más leída del Reino Unido, Cosmopolitan, la eligieron como mujer del año, por encima de políticas, deportistas, actrices y cantantes.
Parecía que Katie Price había dejado atrás a Jordan. Ya no sólo tenía una cuantiosa fortuna y una carrera respetable, sino que, además, se había destapado como una de las jugadoras revelación en el Circuito de Polo Femenino, el deporte más elitista del país. Sin embargo, el pasado siempre vuelve. Y esta vez volvió en forma de rechazo monárquico, cuando un Club de Polo vetó la presencia de la polifacética Price en uno de los campeonatos en los que participaba el príncipe Carlos, por ser «demasiado chunga». Price se volvió contra la organización y les calificó de snobs.
«He pagado 6.000 libras por entrar. Pero le han dicho a mi representante que yo no era el tipo de persona que ellos admitían en el club. El polo y los caballos deberían ser para todo el mundo. Niñas, modelos y gente de clase obrera como yo», afirmó erigiéndose en el adalid de las reivindicaciones sociales.