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El secreto de El Quijote

Encierra el Quijote un secreto? ¿Están escondidas en sus páginas terribles claves para la comprensión heterodoxa de la historia de España? El propio Cervantes habló en alguna ocasión del «ancho secreto del Quijote» y lo que aún nos maravilla es que a tantos años de su aparición y siendo la bibliografía sobre tan impar libro casi abrumadora, esté todavía por descubrir ese tan ancho secreto. Muchos, sin embargo, han sido los investigadores empeñados en descubrirlo. Pocos, preciso es decirlo, sus logros. Pero, a pesar de ello, la idea del secreto ha perdurado en todos los que se dedican a estudiar tan singular creación y muchos también han sido los que han dejado juventud y vida, y hasta la razón misma, tal y como le pasó al héroe de sus sueños, en intentarlo. 

Porque es lo cierto que cuando se ha releído varias veces esa prodigiosa historia, a uno le queda la lejana reminiscencia de que tras esos ingeniosos renglones un secreto, un profundo, un terrible secreto se enconde. Como en los espejos, es lo que hay detrás del Quijote lo que nos interesa.

Don Rufino Bonilla es hoy uno de esos alocados personajes que ha pasado sesenta años de su vida intentando desentrañar lo que Cervantes escondió en su genial libro. ¿Y qué es lo que ha descubierto el tan porfiado investigador?, se preguntarán. ¿Qué singular método ha seguido para dar con la difícil clave de tan trascendental secreto? Pues bien, la clave, para la singular cervantina, no es otra que la del anagrama. Un anagrama no es sino la transposición de las letras de una palabra o frase, de modo que resulta otra distinta. Y éste ha sido el método empleado. Transponer las letras de una frase y ver qué otra frase resulta. 

Y su resultado, a nuestro juicio, no ha sido estéril. Para el señor Bonilla se enceuntran en el Quijote cuatro fuentes de anagramas a investigar: los versos, los títulos de los capítulos, los entrecomillados y el texto narrativo propiamente dicho. De lo que podemos deducir que todo el Quijote es un inmenso anagrama, donde se esconde la protesta de Cervantes a los terribles hechos que le tocó vivir. Y por los anagramas ya descubiertos, podemos saber, según el citado invertigador, que siempre quiso una monarquía liberal y que luchó por ella con la pluma y con la espada, apoyando a don Juan de Austria y al desgraciado infante don Carlos, mandado a la muerte por su propio padre, como es sabido. 

Visto así, bajo este prisma del Cervantes conspirador y hasta revolucionario, la lectura del Quijote cobra una nueva, una inquietante, una apasionada reinterpretación, que hará correr nuevos ríos, inmensos ríos de tinta, tal y como siempre, desde su aparición, viene sucediendo. Vamos a dar algunos ejemplos. Cuando Cervantes dice en el prólogo a la primera parte, «y así determinó que el Quijote se quede sepultado en sus archivos de la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan», es interpretado por el señor Bonilla «como la espera de Cervantes hasta que se conozcan los maravillosos anagramas, los cuales, sin duda, darán mucho que pensar, mucho que escribir y no poco que hablar» y que, a nuestro parecer causarán diversas emociones: asombro, entusiasmo, escepticismo, indignación y hasta temor. Antes que el señor Bonilla, otro curioso investigador del quijotismo sostuvo la misma tesis. 

Don Antonio María Rivero afirmó ante el asombro general, que la primera parte del inmortal libro estaba escrita en clave y en forma anagramática, como la contestación del falso Quijote atribuido a Avellaneda. Es decir, existe ya una asombrosa tradición en este tipo de investigaciones.

Hemos tenido la impagable fortuna de poder leer el primero de los tomos de la inmensa obra del señor Bonilla y nos hemos quedado entre sorprendidos y anonados. Ya el anagrama de «El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha», quiere decir: «No dí quejos de la honda Mancha. El genio litigó» y así se nos explica: Cervantes no pudo dar quejos a voz en grito, no pudo protestar como quisiera por la honda mancha que la inquisición estaba derramando sobre España, porque «silencian ala fuerza al que les conviene». El era consciente de la mancha, de la negra leyenda que estaba cayendo e iba a caer sobre todos los españoles y para denunciarles litigó genialmente con este libro de doble lectura. ¿Es esto cierto? ¿Puede ser correcta esta interpretación tan radical de Cervantes? 

Lo ignoramos. Pero a veces no importa tanto que la lectura de un texto sea cierta, siempre que sea certera. El hondo secreto del Quijote, según nuestro paciente investigador, nos revela a un Cervantes en lucha contra sus muchos enemigos que eran también los de la España del futuro: el rey Felipe II, al que llamó loco y titán. La intrigante princesa Eboli, al servicio de Roma. El traidor Antonio Pérez. El mendaz y encarnizado anticervantista Lope de Vega y, sobre todos ellos, la Inquisición a la que, amante de la libertad de conciencia, odió Cervantes con toda su alma. 

Por otro lado, se nos aparece un Cervantes partidario y luchador por una monarquía liberal, seguidor de don Juan de Austria y convencido de que el infante don Carlos supondría una vuelta de tuerca a la negra España que presenciaron sus inquietos e inquietantes ojos. Aquella España cuyo rey «a tanto poder llegó y con tal extremo que fue el espantajo y el coco del mundo. Tuvo que vivir de loco, y tuvo que morir de cuerdo. A su muerte, que no se recuerda otra igual, todo el mundo vivió días felices. Hacen de la muerte ventura», según uno de estos anagramas.

Ignoro el éxito de esta nueva y sugestiva interpretación del Quijote, pero me felicito de que pueda remover las aguas tan quietas y estancadas del cervantismo en España. Ortega habló una vez de la espera de Cervantes en los prados Elíseos, «tranquilamente esperando que le nazca un nieto capaz de entenderle». ¿Ha llegado ya ese momento? El tiempo, como tantas otras cosas, desocupado lector, nos lo dirá.

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