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El infierno está aquí y yo sin saberlo

El pasado miércoles el infierno estableció sucursales en los estadios de diferentes clubs de fútbol europeos, o así, al menos, fue detectado por los locutores deportivos de televisión en masa. El estadio del Manchester era un infierno, el del Kaiserlauten era un infierno, el del Stutgart era un infierno, de pronto todas las canchas donde jugaban equipos españoles eran un infierno, y, bueno, será cosa de celebrar que por una vez los comentaristas del ramo acordaran ir tan de consuno en sus interpretaciones simbólicas. 

Ahora bien; los destellos de talento individual también iluminaron el miércoles europeo, de modo que no todo fue una repetición obsesiva de infiernos. Talento individual, pero sobre todo vasta cultura, lo que exhibió un locutor de Telemadrid que, ante las facilidades que daba en defensa el Stutgart ante el Osasuna, ahuecó la voz y soltó, grave y enfático: «No se las ponían así ni a Felipe II». 

No, señor; ni a Felipe II, ni a Witiza, ni a Carlos IV, ni a los Reyes Católicos, ni al mismísimo Carlos II, El hechizado. El Stutgart se las ponía al Osasuna, ciertamente, de una manera alucinante. Por fortuna, los presuntos infiernos quedaron, tras el juicio de los 90 minutos sobre el césped, en simples y casi confortables purgatorios, y el infierno de verdad, el infiernoinfierno, radicó, como todas las semanas, en la horripilante programación de todos los canales. 

Entre las abrasadoras llamas de los Pasa la vida, Chicas de hoy en día, Qué gente tan divertida, Un, dos, tres, Taller mecánico, Farmacia de Guardia, No te rías que es peor, Tutti frutti, La ruleta de la fortuna y demás monstruosidades salidas del estro humano, sólo unas pocas referencias al humilde paraíso de lo bien hecho, de lo bien urdido. Se conservaba aún, cálido, eI recuerdo del excelente informativo especial de La 2 con motivo de la Conferencia de Paz (Ana Blanco, perfecta; Pablo Irazazabal, también), así como ecos de risa que venían rebotando del A ver, a ver, de Martes y Trece. 

Pero la semana, como muy bien detectaron los comentaristas del eurofútbol, se recocía en las calderas del Averno, y sólo un maravilloso reportaje sobre gatos en el mediodía de La 2, mientras el resto de emisoras vomitaba culebrones, rescató al feliz espectador que recaló en él de la ardentía donde se achicharran eternamente las presas del Maligno. El infierno existe, y no estaba en Manchester, ni en Stutgart, ni en Kaiserlauten, sino aquí, en la pantalla, y más, definitivamente, cuando salió la sangre de Favio Moreno, el niño chico asesinado en Erandio.

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