Advierto de que lo siguiente no es muy correcto ni político y que puede herir la trabajada y profesionalizada conciencia de alguno.
El movimiento surgido en los últimos meses contra la oleada de desahucios parte de un principio moralmente bueno, en teoría. Impedir, por lo civil o por lo criminal, que una familia se quede sin su hogar porque no paga la hipoteca es una conducta socialmente aceptada y vitoreada. Los bancos son los malos de la película, un blanco fácil.
No digo, ojo, que los señores de la banca sean unas hermanitas de la caridad. Hay casos sangrantes de malas prácticas bancarias a la hora de dar/conceder/regalar hipotecas: tipos de interés que rozan la usura, comisiones hinchadas, cláusulas suelo..., a cualquiera con la sensibilidad de una larva se le encoge la conciencia cuando se le embarga la casa a una anciana o un desempleado con hijos a su cargo.
Pero no todos los desahuciados son unos desgraciados menesterosos. Me explico. También hay mucho burro sin cabeza y jetas redomados que tratan de aprovecharse de las buenas intenciones de la presión social contra los desahucios para dejar de pagar sus deudas. Seguro que todos ustedes conocen al típico alicantino que en la época del boom del ladrillo ganaba 3.000 euros al mes y se compraba el A3 'tope de gama' y un apartamento en Miriam Blasco.
«Antes si ibas a una cena con amigos y no salías de ahí comprando un piso para invertir como hacían tus amigos parecías tonto», comentaba en este periódico hace unos días Murcia Puchades, jefe de los promotores valencianos.
Efectivamente, hubo enormes bolsas de tontos, que se compraron casas con unos sueldos que se creían que eran para toda la vida.
Y no. Estos inversores, algunos de los cuales se encadenan en las oficinas bancarias y montan unos pollos descomunales para que les condonen ahora una deuda que no pueden pagar, ¿iban obligados al banco a pedir un crédito que no iban a poder devolver?, ¿por qué se compraron una casa y no se fueron de alquiler?, ¿acudían coaccionados a la sucursal para firmar un préstamo de 150.000 euros a devolver en 30 años? Pues sí, aunque suene duro, alguno ha vivido por encima de sus posibilidades y se creyó el rey del mambo. Los bancos no midieron los riesgos, pero la gente tampoco.
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