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Hay jaulas de oro

El joven guardia parece no entender nada. Simula leer el carnet de prensa, le da vueltas y cuando llega a la conclusión de que el tema le desborda, pulsa un timbre rojo. Casi al instante aparece en escena un oficial mofletudo y grandón. El gordo no se anda con rodeos. Mira con asco la cartulina plastificada, echa un rápido vistazo al aparatoso taxi y ladra: «Aquí está terminantemente prohibida la entrada a los periodistas». Argumentamos que solo se trata de dar una vuelta y visitar el lugar donde reside el ex secretario general del partido comunista, Erich Honecker. «El señor Honecker está muy enfermo e internado en un hospital», puntualiza el oficial, hablando como si masticase cada una de sus palabras. «En Wandlitz ya no vive nadie».

Por si queda lguna duda, levanta enérgico el brazo y se queda señalando con el indice estirado en dirección a la carretera. Wandlitz, un primoroso complejo residencial situado 30 kilometros al norte de Berlín, se ha convertido n el «Watergate» y el «Waterloo», todo a la vez, del partido comunista germano-riental. La urbanización fue construida en 1957, poco después de que las tropas soviéticas ahogaran en sangre la revuelta húngara.

Las imagenes de la multitud colgando de las farolas de Budapest a destacados comunistas, hizo pensar a los dirigentes germanoorientales que debían adoptar «elementales medidas de seguridad». La que les pareció más lógica fue crear una especie de lujoso fortín, totalmente aislado de la población. Una vez garantizada la «seguridad» empezaron a preocuparse por la «comodidad». Wandlitz está enclavado en el centro de un bosque, rodeado por un muro verde de casi tres metros de altura y consiste en 23 «chalets» y una serie de barracones en los que habitan los guardias, el servicio doméstico, los jardineros y los chóferes. Estos últimos dedicados en exclusiva al mantenimiento de una flota de potentes coches «Volvo», pagados en divisas.

Como detalle adicional, la élite dirigente tenía a su disposición 15 aviones especiales, que en ocasiones volaban al extranjero a recoger unas simples cajas de vino. Los alemanes orientales, que cada dos por tres se veían obligados a aparcar sus renqueantes «Trabant» a un lado de la carretera, para dejar pasar la veloz caravana de «Volvos», que veían cotidianamente el muro de Wandlitz y las tiendas especiales, han hecho como que no sabían nada hasta el pasado 1 de diciembre.

Ese día, Heinrich Toplitz, jefe del comité designado para investigar la corrupción oficial, informó al Parlamento que los miembros del antiguo Politburó tenían en Wandlitz casas equipadas con sauna, solarium y piscinas. Explicó que el ex ministro del Interior, Erich Mielke, había despojado de terreno a alguna cooperativa para hacerse un coto privado de caza en Neue Brandenburg, donde trabajan 88 empleados y se alimenta artificialmente a los ciervos, mientras la población pasaba múltiples penalidades y sufría las escaseces del régimen. Añadió que el anterior responsable de Economía, Günter Mittag disponía de una mansión con embarcadero y garage para ocho vehículos.

Cuando abordó el tema de Alexander Schalk-Golodkowski, el experto en comercio exterior, y sus cuentas millonarias en Suiza, hubo algún parlamentario comunista que rompió a llorar. No se sabe bien si las lágrimas eran de pena o de miedo a lo que se avecinaba. Apenas unas horas después, miles de de militantes empezaban a enviar de vuelta sus carnets del partido y las calles se llenaban de gente airada exigiendo cabezas. De hecho no han parado hasta que han metido en la carcel a los que durante 40 años han estado predicando que la vida de los alemanes orientales podía ser menos opulenta que la de los explotadores alemanes occidentales, pero que su sistema era, ante todo, «igualitario, justo y puro».

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