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Fabiola de Mora y Aragón la última reina católica

El 10 de octubre de 1960, numerosos periódicos y revistas europeas y norteamericanas informaban de que el rey Balduino había decidido ingresar en la Orden de los Trapenses. Aquel mismo día y con la noticia todavía en los quioscos, el mundo entero, incluida la aislada España franquista, se sorprendía con otra noticia que venía a ser el reverso de la moneda lanzada al aire por la prensa internacional: «El rey Balduino de Bélgica hace público de una forma oficial su compromiso matrimonial con la joven española Fabiola de Mora y Aragón». El flash informativo procedente de Bruselas llenó de confusión a la prensa española de entonces a causa del desconocimiento total y absoluto de la identidad de la futura reina española de Bélgica. «¿Quién es esta joven de nombre tan romántico?», se preguntaron también los belgas cuando la radio y la televisión dieron la noticia. Era una mujer sin relieve, dedicada a sus obras de caridad, en una España entristecida y desgarrada entre la nostalgia de dos corrientes contradictorias: la república perdida y un reino asegurado por el poder de un general y dictador, pero un reino a su medida. Fabiola era, posiblemente el último ejemplar de una sociedad burguesa llena de tabúes que se desintegraba a pasos agigantados. Su escala de valores se encontraba más cerca de la de nuestras abuelas que la de nuestras hermanas. Iniciaba sus cartas con una cruz en la parte superior y las finalizaba con las siglas H. de M. (Hija de María), bajo su nombre.


Era de Acción Católica, de las Congregaciones Marianas y de la de San Vicente de Paul amén de otras muchas. Era enfermera militar, escribía cuentos infantiles y tenía director espiritual o confesor, el padre Cavestany, quien le aconsejaba abrazar la vida religiosa. El rey Balduino era, antes de conocer a Fabiola, un hombre muy tímido que sube al trono diez años antes sin quererlo. Esta timidez es algo que todo el mundo conoce hasta el punto de que en muchos sitios se le denominaba como el «rey triste» al igual que antes había sido un niño triste y sin madre, muerta en un lamentable accidente de coche que conducía su marido, el entonces rey Leopoldo. Triste y sin sentido era la vida del rey Balduino hasta tal punto que toda Bélgica y en especial Bruselas se lamentaba sobre la suerte de su joven rey que parecía haber hecho votos de celibato. Por todo el país corrían rumores de que Balduino se proponía entrar, en un futuro más o menos lejano, en la Cartuja. Estos rumores no eran fruto de mentalidades calenturientas sino el resultado de actitudes y maneras de ser y comportarse de Balduino que, cuando algún miembro de la familia le proponía la cuestión de un matrimonio, él siempre respondía: «Tengo cosas más serias que hacer que pensar en casarme». 

A su madrastra, la princesa Liliana, que sentía un especial cariño por Balduino, le entristecían estas respuestas y decía: «El palacio está triste. Balduino tendría que reunirse con gente de su edad que le ayudara a cambiar». Pero Balduino siempre permanecía encerrado en su despacho o en sus habitaciones escuchando durante horas música religiosa. Cuando su abuela, la reina madre Isabel, una mujer original que vivía con el progreso, que viajaba al Moscú de Stalin, que le hablaba de El Greco y García Lorca y de los héroes de la Guerra Civil española, de los llamados rojos a los que ella prestó toda su ayuda, le animaba a interesarse por los posibles partidos para un buen matrimonio, Balduino la miraba con sus ojos miopes y le contestaba: «Las jóvenes de hoy son demasiado superficiales. No puedo ni pensar en formar un hogar con alguna de ellas». Porque el formar una familia era una de sus mayores preocupaciones pero para ello esperaba una gran revelación sentimental que él ignoraba: el amor.

Su madrastra, la condesa Liliana de Rethy, fue la artífice de la felicidad de Balduino y Fabiola. Con su valiosísima ayuda se hizo posible el milagro. Por ello no se comprende hoy ni su adiós trágico ni su total y cruel alejamiento no sólo de la Corte, sino, lo que es más doloroso, de la vida de quienes le debían en gran parte su mutua felicidad. Será siempre un enigma, un pasaje oscuro en la vida de Fabiola y Balduino. Porque el día 15 de diciembre de 1960 una sola persona no participó en la alegría general del país: Liliana. Para ella sería un día de duelo y de renuncia. Esta mujer que consagró los mejores años de su vida a la familia real, no tendría siquiera la alegría, tan femenina, de conducir a quien le llamaba «mamá» al altar en el día de su boda. Pero cinco meses antes de la fecha señalada para la boda de Balduino y cuando aún no se conocía ni siquiera su noviazgo con Fabiola, un grito subió desde el Parlamento hasta la habitación de Liliana: «El rey tiene que reinar solo», gritó un diputado en la tribuna de la Cámara. «Exigimos la salida inmediata de Leopoldo y su esposa del castillo de Laeken». Y no tuvieron más remedio que marcharse. Cuando en octubre, tras el anuncio de esponsales, Fabiola entra en Bruselas del brazo de Balduino, le dice: «Me siento ya belga». Era una palabra digna de la reina Astrid. ¿Pero se daba cuenta la española Fabiola de la cantidad de cosas extrañas que le aguardaban? Bélgica es un país muy complicado. A la vez Corte y. Parlamento, reino y democracia, católica y anticlerical, flamencos y valones. Un país que con la capitulación de 1940 separa a Leopoldo de su pueblo que no admite su segundo matrimonio con una joven venida de Ostende. Fabiola sabe que Balduino es tímido y solitario, triste y retraído. Amargado por las intrigas de la Corte contra su padre y contra Liliana. Pero también es un hombre valiente que ante una Bélgica atormentada tiene la obligación de dominar sus sentimientos de familia. La boda de Fabiola con Balduino, rey y jefe de Estado, fue instrumentalizada por el Gobierno franquista que la recicló ante la opinión pública española con ayuda de la prensa oficialista como un reconocimiento oficial y público de la dictadura por un país tan democrático y europeo como era Bélgica. 

Algo muy lejos de la realidad ya que en Bélgica el problema más espinoso que se planteó con motivo de la boda se llamaba Franco. Hay que tener muy presente que en Bélgica existía una permanente sensibilidad sobre esta cuestión. Bélgica tuvo reacciones muy vivas durante la Guerra Civil española del 36. Ciertamente la presencia de Franco en la boda hubiera suscitado no sólo una campaña en la prensa de izquierdas sino también una serie de incidentes inoportunos. De todos los regalos recibidos por Fabiola y Balduino con motivo de su boda, ninguno originaría posteriormente más disgustos como el que la esposa del jefe del Estado español, doña Carmen Polo de Franco, ofreció a Fabiola en nombre del pueblo de España: una diademacorona de plata con incrustraciones de piedras preciosas. Esta «joya», que luego resultó no ser tal, fue adquirida por la esposa de Franco pagando por ella una alta suma de dinero. Más tarde se comprobó que los rubíes y esmeraldas no eran tales sino que habían sido sustituidos por piedras falsas. Esta corona que había estado depositada en un convento durante la Guerra Civil, fue vendida más tarde por su propietario a un anticuario que, ignoraba, se dijo, los manejos de que había sido objeto dicha «joya» ni quién los había llevado a cabo. La tristemente famosa corona, regalo de doña Carmen con el dinero del pueblo español fue lucida por Fabiola sólo en una ocasión: la noche de su primera aparición pública en el Palacio Real de Laeken con motivo de la gran recepción ofrecida la víspera de la boda. De la corona... nunca más se supo.

Un detalle significativo y emocionante tendría lugar durante la ceremonia de la boda cuando al decir el cardenal Van Roey: «Daros la mano y repetid conmigo: yo, Balduino, os doy a vos, Fabiola, teniendoos, aquí, de la mano, mi fe de matrimonio y os tomo por mi legítima esposa ante Dios y la Santa Iglesia». El rey responde rápidamente: «Yo, Balduino, te doy a ti, Fabiola...». Balduino tutea a Fabiola y quiere que todo el mundo lo sepa. A los belgas les gustó esta demostración de sencillez, de amor... El último rey católico y la muy católica Fabiola se estaban casando. Sobre su uniforme de teniente general, Balduino llevaba el collar de Isabel la Católica. Era el último de los reyes católicos. La imprevista desaparición, imprevista a pesar de su frágil salud quebrantada por un cáncer de próstata y una grave lesión cardiaca, ha dejado sin titularidad la sucesión al trono al haber fallecido Balduino sin descendencia. Aunque desde hace tiempo se venía hablando de su sobrino el príncipe Felipe como posible heredero, en detrimento del padre, el príncipe Alberto, se ha visto que a la hora de la muerte del rey el orden de sucesión al trono sigue encabezado por Alberto, el hermano del rey. ¿Por qué se especula con que éste va a renunciar a sus derechos al trono siendo como es todavía un hombre muy joven? La explicación puede venir porque en la memoria de todo el pueblo belga están las esporádicas y ya muy lejanas aventuras sentimentales tanto del príncipe Alberto como de su esposa la princesa Paola. ¿Había previsto el desaparecido rey Balduino la posible renuncia de su hermano en la persona de su hijo Felipe y tal vez la de éste en su hermana Astrid? La abolición de la ley sálica en 1991 que permite el acceso de una mujer al trono de Bélgica es la que ha abierto la puerta a esta especulación.

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