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Encuentro con mi padre

En pocas palabras: el señor Dodd era dueño de su persona y de sus actos. Que su modo de obrar coincidiera con el del señor Flawse era fruto de su falta de respeto mutuo. Si el señor Dodd permitía que el viejo Flawse le llamara Dodd, lo hacía simplemente porque sabía que el señor Flawse dependía de él y que, con toda su autoridad y sus conocimientos teóricos, sabía menos del mundo real y de sus costumbres que él. 

Así pues, era este sentimiento de superioridad el que albergaba cuando se tumbaba en la galería de la mina y extraía carbón de una veta de medio metro y carreteaba cubos y más cubos al estudio del viejo para que estuviera calentito. Y con esta misma seguridad de su valía y superioridad en todo, guardaba el rebaño de ovejas en las colinas en compañía de su perro y se encargaba de asistir a los corderos cuando parían entre las nieves. 

Estaba allí para protegerlas y para proteger también al señor Flawse, y mientras unas le daban lana, el otro le daba techo y manutención y no estaba dispuesto a permitir que nadie se interpusiera entre ellos. 

La bruja se debe haber llevado un susto de muerte -dijo cuando Lockhart llegó a las almenas-, pero no le va a durar. Si no hace algo y deprisa, se quedará con toda la herencia. -Por eso precisamente he venido a preguntarle, señor Dodd -dijo Lockhart-. Ni el señor Bullstrode ni el doctor Magrew recuerdan a ninguno de los amigos de mi madre. Seguro que los tenía. -Claro que los tenía -dijo el señor Dodd, un tanto inquieto junto al parapeto. -Entonces, ¿puede decirme quiénes eran? Si quiero encontrar a mi padre, tendré que empezar por algún sitio. El señor Dodd estuvo callado un momento. -Podría hablar con la señorita Deyntry. Vive camino de Farspring y era muy amiga de su madre -dijo finalmente-. 

La encontrará en Divet Hall. A lo mejor sabe algo que le pueda servir. No se me ocurre nadie más. Lockhart bajó por la escalera, salió de la torre fortificada y se encaminó a la casa para despedirse de su abuelo. Pero al pasar por delante de la ventana del estudio se detuvo: el viejo estaba sentado junto al fuego y las lágrimas rodaban por sus mejillas. Lockhart meneó la cabeza con tristeza. 

No estaban las cosas para despedidas. Así pues, cruzó el portalón de la entrada y cogió el camino del embalse. Al cruzarlo, se volvió a mirar la casa: en el estudio había luz y el dormitorio de su suegra todavía estaba iluminado, pero en el resto de Flawse Hall reinaba la oscuridad. Lockhart se adentró en la pineda y se desvió por el sendero que bordeaba la ribera rocosa. Se había levantado una brisa suave y el agua del embalse bañaba las piedras a sus pies. Lockhart se agachó a recoger un guijarro y lo arrojó a la oscuridad. El agua se tragó el canto, que desapareció por completo como desapareciera su padre, y las posibilidades de volver a dar con él se le antojaron tan difíciles como las que tenía la piedra de volver a alcanzar la superficie. 

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