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Los ladrones de Granada

Es imposible cruzar algunas calles barcelonesas. Lo impide la carrera organizada por los bomberos. Finalmente, en un acto casi suicida, decido cruzar corriendo la Ronda de Sant Pere y trato de esquivar a los corredores que no detienen su marcha ni por caridad.

Al alcanzar la otra acera sin ser arrollado por el deporte urbano me felicito por la hazaña. Albert Arbós me ha invitado a asistir a un encuentro entre el novelista Carlos Ruiz Zafón y su público en el Palau de la Música y eso explica las prisas y la inesperada carrera con la que me he desayunado. Más que un encuentro entre el novelista y su público, el acto acaba siendo un diálogo que el novelista mantiene con Andreu Buenafente, a quien también le ha sorprendido la carrera de los bomberos. El humorista cuenta que, al principio, al ver a tanta gente corriendo, ha pensado que se trataba de una huida masiva de los ciudadanos barceloneses, hartos ya, como todos los catalanes.

La rosa, que hace ya muchos siglos que es víctima de los poetas, ahora, en Barcelona, es fusilada sin piedad todos los 23 de abril. Pobre rosa. El próximo día de Sant Jordi la rosa debería ser sustituida por el clavel. Lo digo porque el clavel es la flor más adecuada para esas vendedoras circunstanciales de rosas que invaden todas las esquinas. Lo digo porque escuchar: «Anda, torero, bien plantao, cómprale una rosa a tu gitana», es convertir la rosa en un clavel. Hoy, entre los alborotados estudiantes del viaje de fin de curso que vulgarizan sin querer y las que le ponen guitarra flamenca a su mensaje vendedor, la rosa ha acabado convertida en una cosa insustancial o en una seudohabanera de Bizet. Pobre rosa. En cuanto al libro, que en paz descanse, lo mejor ha sido la presencia de ese marido de Alaska, que también ha firmado sus cosas y que dice cosas así: «Las estrellas no mueren» o «Todos tenemos algo de travestis, que hemos de reivindicar».

Ese reportaje emitido por Cuatro en el que aparece un individuo que roba asiduamente en Granada, un joven de aspecto y acento magrebí, que para disimular se ha puesto un nombre italiano, Fabrizio, es apoteósico. Los guardias lo miman y nos dicen que el tipo no roba, que lo suyo es sólo hurtar. Luego, el manguis, mientras se las pira, mientras los guardias granadinos le piden que se porte bien, le dice a toda España: «Viva España, que podemos robar cuando queramos y nadie nos mete en la cárcel».

Lo del flaco Rubalcaba, ese socialista con cara de úlcera de estómago, diciendo que el final del gratis total sanitario para los inmigrantes ilegales es xenofobia, está creando una grave confusión entre los que todavía ejercen públicamente de progres. Porque, según el flaco Rubalcaba, Suecia, por ejemplo, es un país xenófobo. Uno habla de Suecia porque, antes, los progres, cuando éramos ricos -que eso es ser progre: o rico o político- siempre estábamos con Suecia y Olof Palme. Y lo del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, es algo parecido, pero al revés. Montoro parece un nacionalista catalán y se olvida, no sé si queriendo, de que Cataluña, de momento, también es España. Pero esta noche el Barça ha perdido la copa de la Champions y sólo el colega Josep Cuní y el presidente Artur Mas parecen ser conscientes de la tragedia política que eso significa para la Cataluña oficial.

Insisto: pese a que algunos se nieguen a hablar del Barça o del Real Madrid y nos digan que es más importante y serio hablar, por ejemplo, de las caídas de las bolsas o del número de parados, muchos barceloneses o culés han amanecido hoy con la bufanda del Bayern de Múnich muy puesta. Esas bufandas deben haber tranquilizado un poco al presidente Artur Mas y al nuevo director de TV3, Eugeni Sallent. Los dos saben que la Cataluña oficial es sólo un club y que el fútbol lo inventaron los romanos, porque el fútbol y cierto circo es lo mismo. Mas también debe haber agradecido ese artículo de The Wall Street Journal que parece querer entender las reclamaciones fiscales de Cataluña. Lo mejor de ese artículo es la ilustración: un retrato de Carlos III, posando con una escopeta y su perro blanco. O sea, que quizá se pretende recordar lo de Botsuana.

Otra vez la cadera monárquica. El rey Juan Carlos, a quien ayer vimos recibiendo sentado a sus visitas, ha sido nuevamente operado de la luxación que sufrió en la cadera operada mientras hablaba y reía con uno de esos jeques del petróleo. En medios médicos se habla ya del famoso síndrome del recomendado. Ya saben: te recomiendan a un cirujano y éste quiere hacerlo tan bien, se esmera tanto, que, a veces, se equivoca.

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