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El lagarto rey tirano

Un gigantesco Tyrannosaurus rex, el lagarto rey tirano, carroñea los restos de un tricerátops mientras la sangre chorrea por sus mandíbulas. ¿Una escena real? ¿Acaso no fue un feroz cazador, tal como aparecía retratado en la película Parque Jurásico, de Steven Spielberg? Las más recientes investigaciones no han acabado con un debate científico que siembra de sombras la figura de este espectacular dinosaurio.

Ahora, una exposición en el Parque de las Ciencias de Granada ha logrado resumir, bajo el asesoramiento de expertos españoles y extranjeros, los aspectos más relevantes de la polémica en un exhaustivo análisis de su anatomía y el ecosistema en el que vivió, hace entre 67 y 65 millones de años.
Los tiranosaurios, que llegaron a medir hasta 13 metros de largo y cuatro de altura, y a pesar 10 toneladas, tenían un poderoso sentido del olfato, según las reconstrucciones que, gracias a los cráneos encontrados en Montana (Estados Unidos) se han hecho de la parte del cerebro en la que están los bulbos olfatorios. «Esta es una de las razones que apoyan la hipótesis de que era carroñero, porque ese olfato le servía, como a las hienas o los buitres, para encontrar la carne en descomposición», explica Javier Medina, el coordinador científico de la muestra Tyrannosaurus rex: cazador o carroñero, que estará abierta en el Parque de las Ciencias hasta el mes de septiembre y que cuenta con más de 200 fósiles originales.

Jack Horner, paleontólogo de la Universidad de Montana (Estados Unidos), que tiene en su haber el hallazgo del mayor esqueleto fósil de un tiranosaurio, en 2001, es de los que defienden esta teoría. Es más, cree que podría haber tenido el cuello rojo, como el buitre asiático, para ahuyentar a sus competidores a la hora de hacerse con la carne. «De hecho, Horner fue asesor de Spielberg para su película, pero entonces se conocían menos restos de tiranosaurios, se sabía menos sobre ellos, y al final se optó por la imagen del depredador peligroso, más atractiva para el cine, que es la que ha quedado», reconoce el paleontólogo de Dinópolis Luis Alcalá, que ha participado como asesor científico en esta exposición.

Otra característica que inclinaría la balanza hacia el carroñeo es el pequeño tamaño de sus patas delanteras, similar al de un brazo humano, «Eran poco aptas para agarrar a las presas, ni siquiera podían alcanzar un bocado hasta su boca», apunta Medina.

¿Y sus patas? Según los últimos estudios, tampoco está nada claro que les sirvieran para correr porque para ello deberían haber tenido el 99% de su masa corporal en los músculos de esas dos únicas patas, lo que es imposible. Las patas para correr, además, tienen la tibia larga y el fémur corto (como el avestruz), mientras que en el T-rex ocurría justamente al contrario. Si casi todos los grandes cazadores son grandes corredores, todo indica que este dinosaurio sólo caminaba deprisa, a unos 42 kilómetros por hora, como un velocista humano.

Pero hay otros aspectos de la anatomía que complican el debate. Por ejemplo, las mandíbulas, que medían 1,4 metros y estaban llenas de afilados dientes curvos de 19 centímetros. Por los estudios realizados, el tiranosaurio, que vivió únicamente en Norteamérica, tuvo la mordedura más potente de todos los dinosaurios conocidos y ésta es una de las razones por las que se cree que fue un gran cazador. También poseía una visión frontal binocular, que sirve para calcular las distancias respecto a las presas, un rasgo que la selección natural ha proporcionado a los depredadores.

A medida que se recorre la exposición, con escenas móviles traídas del Museo de Historia Natural de Londres, resulta evidente que el debate está abierto. «Estábamos acostumbrados a imaginarnos a los tiranosaurios rugiendo y matando y ahora se defiende que sólo carroñeaba lo que otros mataban, pero puede que sencillamente utilizara ambas estrategias para alimentarse, en función de las oportunidades que se le presentaban. Es algo que aún no sabemos y tampoco hay tantos restos, de momento, para poder confirmarlo», señala Alcalá.

Es por ello que el Parque de las Ciencias optó por presentar la muestra como un auténtico trabajo científico en el que los visitantes, más de 200.000 hasta ahora, van analizando datos y alcanzando sus propias conclusiones.
No podía faltar un apartado dedicado a los 19 yacimientos paleontológicos de dinosaurios que hay en la Península Ibérica, en los que se han encontrado especies únicas, como el Turiasaurus riodevensis, que es el más grande de Europa, y el Concavenator corcovatus, el cazador jorobado de Cuenca.

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