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Ya no quedan pobres decentes

Los niños agónicos de Somalia están sirviendo aquí para montar mucho cotillón, juerga, rifa, verbena, concurso, subasta y cachondeo, y, mayormente, para reactualizar y galvanizar a figuras del espectáculo que habían entrado en agujas o vía muerta. En cuanto una televisión o un espectáculo va mal, siempre hay el listillo que dice: -Vamos a meter algo de Somalia, que eso tiene morbo. 

Quiere decirse que hemos vuelto a las viejas fórmulas de la caridad parroquial y pequeñoburguesa, magnificadas ahora por la electrónica y los mass/media. Tanto progreso comunicacional sólo ha servido para que sigamos difundiendo el viejo mensaje mezquino de la caridad, en lugar de presionar a los Estados con el discurso implacable de la justicia. Antes sólo teníamos los pobres de la catequesis. Una señora bien sin sus pobres era como un perro sin sus pulgas. 

El cuarentañismo puso de moda aquello de «siente un pobre a su mesa», genialmente satirizado por Azcona y Berlanga en «Plácido». Como el mundo era más sencillo, en tiempos de nuestras madres y abuelas no había más que el pobre de los lunes, al que se le sacaba un plato de sopa del día anterior y de pan duro: «Anda, niño, sácale un poco de sopa al pobre, de la que sobró ayer». 

No sé por qué, nuestra burguesía ha creído siempre que a los pobres les gusta más la comida del día anterior, que los los pobres son unos exquisitos y les gusta el caldillo bien reposado y el pan de hacer pan rallado. Pero ahora los pobres españoles son parados, clineros, camellos, huelguistas, narcos, chorizos, ultrasur y por ahí, de modo que les sacas un plato de sopa vieja y te la hacen sorber por la nariz a punta de navaja. 

Como ya no se encuentran pobres decentes, formales, resignados, los pobres de la aldea global son los tercermundistas o los niños de Biafra o los de Somalia, según toque, y para hacerle llegar a un pequeño precadáver somalí el plato de sopa, que de todos modos no se va a tomar, hay que montar primero una verbena de televisiones, folklóricas, teléfonos, subastas, donantes, azafatas, culos extra y extras con buen culo, presentadores/estrella y millones de algo, porque hay que hablar siempre en millones. Hemos barroquizado mucho la caridad, pero sigue siendo la misma coartada nacionalcatólica de siempre, sólo que ahora sirve para promocionar artistas, anuncios, ollas exprés, programas, nombres y caras nuevas. 


La señora bien de antañazo salía al mercado o a misa respetuosamente seguida de sus pobres, y por el número de pobres que socorría conocíamos todos lo potentada que era. 

Actualmente, por las cifras de audiencia de los programas caritativos conocemos la potencia de una emisora o la popularidad de una figura, pero los corresponsales en Somalia no acusan ninguna mejoría entre la población depauperada, cuando llega la cabalgata de los mass/media, si es que llega alguna vez. La caridad ahora se hace a nivel planetario y todos estamos más distraídos. Los pobres, hoy, nos caen más lejos, lo que siempre es de agradecer, y sólo los vemos por televisión, que así no huelen, y no como el pobre de los lunes, en mi infancia, que olía a pescadilla enferma, a muerto y a intemperie. Una hipocresía de oro y un oportunismo espumoso están levantando grandes cotillones sobre la lámina blanca y negra, sobre el osario vivo/muerto de Somalia. 

Nunca he entendido por qué para darle una camiseta a un pobre hay que montar primero un baile de disfraces, cosa muy frecuente en provincias. Nos gusta levantar nuestro lujo en un paisaje de miseria. Doña Carmen Polo presidía todas las navidades un festival artístico/caritativo, en el Calderón. Con toda nuestra tecnología/punta, nuestro socialismo y nuestros muchos canales de televisión, no nos hemos movido de doña Carmen Polo. Seguimos dando la limosna entre risas y sevillanas, como si eso de los pobres tuviera mucha gracia. Todo un centón de estrellas en decadencia y mediocridades están haciendo un carrerón gracias a Somalia.

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