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Monsieur Semprún se relaja haciendo puñetas

Semprún el servicial.- ¡En buena se ha metido monsieur Semprún!. Ha pretendido clasificar a los periodistas en responsables e irresponsables, en libres y serviles, en veraces y mendaces, en demócratas y no-demócratas... Ha utilizado símiles cromáticos, entre el azulmahón y el amarillo. Después, ha hecho un «gestito» servicial hacia sus jefes del Gobierno, sugiriendo que se amordace la libertad de prensa, por la vía de la «incautación de publicaciones que contengan informaciones contra la honorabilidad de las personas». 

Eso quiere decir: que, con mandamiento judicial, la Policía pueda impedir la distribución de ejemplares de un periódico o revista, secuestrando «la tirada, en curso». Más adelante, y en un alarde de medición estadística que ni su colega Rosa Conde hubiera osado, cuando dirigía el CIS, ha llegado a «cuantificar la calidad» de los periodistas, hasta ese borde donde fronterizan la falsedad y la petulancia: «El 98 por ciento de los profesionales -dijo- -hacen su oficio lo mejor que pueden». Huelga, pero cabe, todo comentario. 

Con éstas y otras irreflexivas verbosidades, lo que ha conseguido monsieur Semprún es irritar (léase, «tocar las narices») a casi todos mis colegas. Y digo «casi», porque algunos «pasamos» de monsieur Semprún, y jamás nos hemos molestado en llamarle «franchute y tonto del culo» (él, no yo, él afirma que se le ha calificado así durante algún tiempo); ni en recordarle aquellos encendidos versos que escribía y recitaba, en fervoroso homenaje a Dolores Ibarruri, «Pasionaria». Quien no tenga pecados de juventud, que arroje la primera piedra...


Pero, a más de irritar a «los chicos... y a los viejos, de la prensa», con lo que eso puede desencadenar de hostigación ad hominem (léase «homo Semprún»; e imagínese al señor ministro corriendo, con la lengua fuera, perseguido-acosado por los ladridos de la jauría encanallada), el ministro de la cosa cultural ha provocado varias perniciosas reacciones: a)Generar entre los periodistas algo muy parecido al «espíritu de cuerpo». b) Forzar al desembalaje de una antigualla defensiva, llamada «gremialismo», en previsión de trampas, cadenas y grilletes «por orden de la autoridad»... c) Estimular la memoria histórica de los numerosos «archivos con piernas» que pueden contar y ivan a contar! amenidades de la épica de monsieur Semprún en los años ¿rojos... rosas... amarillos? de su exilio en París. d)Como el ataque del ministro se ha producido en réplica del caso Juan & Alfonso Guerra y «su utilización por una prensa adversaria y amarilla», aquí va a ocurrir lo que era de temer: «¿no quieres caldo? ipues... taza y media!». I

rremediablemente, sobre esa diana ya ruinosa se descargará toda la munición y toda la metralla que los plumíferos lleven en sus cartucheras. Es el «boomerang» inclemente de «la legítima defensa», cuando la agresión se lanza «in génere» y a mansalva. Es decir: sin escoger la pieza, sin precisión ni puntería, tirando a dar por dar... y sin peligro para el tirador: desde la preeminencia protegida de una tribuna autoritaria y «oficial».

Del desafortunado bla-bla-bla de monsieur Semprún, obtengo yo un par de conclusiones. La primera, que el ministro desconoce itodavía! nuestro ordenamiento legal, donde ya se prevén esos secuestros de publicaciones que él (él, y no la «derecha cavernícola») propugna. Y la segunda, que este buen señor no está «en la pomada», no pertenece al cinturón de intimidad del presidente. Por ello, tal vez, su afán de meritorio. Si fuese hombre de la camarilla de Felipe González, estaría al tanto de «la última ola»: «No hay que generalizar, al referirnos a la prensa...» Y, dicho también en la Moncloa,,«conviene procurar que los periódicos más hostiles suavicen su actitud». Sugiero, apunto, invito... ¿por qué no intenta, monsieur Semprún, dedicar los fines de semana, en vez de a parlotear, a «tricoten» (je traduis: hacer calceta)? Dicen que relaja mucho eso de... hacer puñetas.

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