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He adoptado a un niño

Ella corno muchas otras son capaces de soportar «lo que nadie sabe, porque no lo sufren ni en su propia carne ni en su ser». 

Primero, las soluciones dadas, a veces, a la ligera de quienes las rodean: «Adopta un niño». Pero como ella le dice a todos: «Adóptalo tú, yo quiero un hijo propio». Con esta firme decisión vive Ana desde que descubrió a los 23 años que tenía dificultades para tener hijos. Con esta firme decisión se puso en manos de su médico para lograrlo a través de un método al que sólo acceden las mujeres que, como ella, tienen ligadas las trompas o que han sido tratadas, sin resultado, con los métodos tradicionales: la fecundación «in vitro». 

«Yo ya llevo seis. Sé que es algo antinatural, algo manipulado por lo tanto me he convencido de que puede que no lo logre nunca». Y no se equivoca. Porque la FIV es una fecundación realizada en un laboratorio. El encuentro entre le espermatozoide y el óvulo se produce en un tubo de ensayo: una probeta. Se prepara a la mujer con tratamiento hormonal para que produzca una mayor cantidad de óvulos, ya que lo habitual es uno en cada ovulación. 


Cuando se consigue la maduración de los óvulos, se inyecta HCG para desencadenar la ovulación. 36 horas después se practica una ecografía transvaginal para extraer los óvulos. «Mi anestesia era sólo local. Recuerdo cuando el médico, con el quirófano lleno de estudiantes, me hizo daño. Yo grité: ¡Joder, es mi culo! y una estudiante se atrevió a decirme que cómo le decía eso al médico. 

Al fin y al cabo para ellos yo sólo soy un objeto sobre el que trabajar». Mientras, los espermatozoides son preparados. Así, una vez juntos, óvulo y esperma, en un caldo de cultivo alcanzan finalmente la fecundación. Una vez obtenido el embrión o los embriones, estos son insertados en el cuello uterino de la mujer. Sólo queda que el huevo haga su «nido» en el útero, y... esperar. «Yo lo había conseguido. Mi prueba de embarazo dio positivo, pero empecé con hemorragias. El miedo me invadió y finalmente expulsé dos pequeños trozos de carne. 

El dolor era insoportable y cuando llamé a mi médico me preguntó que dónde tenía lo que había expulsado. En la basura, respondí. Pues cógelos y tráemelos inmediatamente, hay que ver que ha sucedido, me dijo». Para Ana la pesadilla no acabó aquí. Los dolores siguieron y hasta creyó durante un tiempo, tras otra prueba de embarazo, que llevaba otro hijo dentro. Pero no fue así. Ahora, según pasa el tiempo, se plantea si tendrá fuerzas para pasar de nuevo por tanto sufrimiento.

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