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Felicidad a cambio de un caramelo

Hubo un tiempo en el que yo también creía en los Reyes Magos, aunque a la vez pensara que eran un poco lelos porque jamás dieron una con mis peticiones. Con el paso del tiempo se van perdiendo en las sombras y en los espectáculos callejeros repartiendo desigualdades por todo el mundo cristiano. Alá los perdone.

Ya han pasado varios días desde que llegaran a Valladolid. La ciudad se colapsó durante unas horas pero, en fin, esta vez el caos era para sonrisas de tantos...

Felicidad a cambio de un caramelo. Los niños de la calle regresaban radiantes a sus casas. Habían visto a los Reyes, incluso a Pepito Grillo. Qué más quieren para creérselo. Además, llevaban un masticable de fresa como prueba del encuentro.

Por tu risa soy capaz de convertir la luna en piruleta. Soy capaz de aguantar pisotones, de pagar 10 euros por el parking y sustituir el móvil por el paquete de vda. de Solano que compré por si no pillabas ni una gominola para llevarte entre tus dos dientes.

Otros niños tuvieron mejor suerte: real recepción privada en el Ayuntamiento por ser hijos, nietos, sobrinos o amigos de. En fin. En el mundo enano también pasan estas cosas. Globos para atenuar la espera de los Magos. Caramelos a puñados. Y regalos. Claro. Ningún niño sin juguete. O sin diez mil. No importan los otros privilegios heredados, aún hay más. Por siempre. Para siempre.

Acostumbradlos a discriminaciones para que sean buenos discriminadores. Educadlos en la desigualdad para que sean buenos referentes de las diferencias que habéis repartido estos años desde las caravanas de los Magos.

En esa ocasión no importaron ideas ni colores de trajes políticos. Unos y otros optaron por el clasismo para arrancar sonrisas.

El fin, nene, no justifica los medios. Reparte tu masticable de fresa con los niños de la calle. Y a los otros, a los mayores, el dios que quiera, que los perdone.

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