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Los sandinistas hostigados por la Iglesia

La revolución sandinista, que derrocó a un sátrapa odiado y odioso como Somoza, fue la última revolución aureolada en origen por lo más noble y romántico del mito revolucionario. Su comportamiento, franqueando desde el poder el camino a unas elecciones libres, la había «santificado» todavía más. Su caída, precisamente bajo el veredicto de las urnas, causa conmoción y, sin duda, sume en la melancolía y en la perplejidad a cuantos conservan el legado de una cultura política de izquierdas. La aplastante victoria de Violeta Chamorro y de la Unión Nacional Opositora (UNO) en las elecciones nicaraguenses supone un vuelco radical a todas las previsiones. A las previsiones, a partir de los sondeos, sobre el resultado de las elecciones. 

A las previsiones sobre el futuro del país, en buena parte fundadas en un triunfo del Frente Sandinista. A las previsiones, por cierto, de Felipe González, cuyos vaticinios favorables a Ortega han quedado desairados. ¿Pero por qué han fallado los pronósticos? Los sondeos que daban el triunfo a los sandinistas eran mayoritarios respecto a los que sentenciaban la victoria de la UNO. Los encuestados, probablemente, manifestaron su intención de voto bajo el miedo. 

Los sandinistas -hostigados por la cruz de la Iglesia oficial y por la espada de la contra- tenían su principal sostén en un sentimiento nacionalista que no ha resistido frente a la oposición del campesinado y al apabullante peso de la penuria económica, sin que la asfixia propiciada por los Estados Unidos o el deterioro provocado por el clima de guerra civil les hayan servido como eximentes. El derrumbe del comunismo en el Este habrá tenido influencia en los votantes más ilustrados, del mismo modo que la derrota sandinista va a poner cerco al numantinismo de Fidel Castro. Ortega ha asegurado que acata el resultado y que cede el paso a Violeta Chamorro, que, a su vez, se ha referido al momento de la reconciliación. 

Todo suena bien, pero las sombras amenazantes abundan por doquier. Chamorro verá cómo Bush derrama sobre Nicaragua los frutos del cuerno de la abundancia, pero la UNO es una coalición de fuerzas diversas sometida a tensiones internas. Idénticas tensiones surgirán entre los sectores, duros y blandos, del sandinismo, especialmente en el ejército que no aceptará fácilmente que la contra, aún con la cabeza visible de un civil, ocupe su lugar. Una cierta cooperación de gobierno entre la UNO y los sandinistas parece una solución utópica, dadas las enormes brechas, incluídas las personales, que se abren entre unos y otros. 

Violeta Chamorro, mujer de enrgía y coraje, quizá no tenga la dimensión de un gran gobernante capaz de navegar por mar tan proceloso, y bien pudiera haber focos sandinistas dispuestos a «echarse al monte», formando una guerrilla comunista, copia en negativo de la contra. Los sandinistas, además, no tienen que ceder un gobierno, sino que desalojar todo un aparato de Estado y desactivar su omnipresencia en el último rincón. Aquí reside la principal dificultad del tránsito.

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