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Gilles Lalay un clásico de las carreras

Es normal que nos retiremos. ¡Qué importa ya la carrera! Somos latinos. Otros han continuado a pesar de una muerte, nosotros no lo haremos. [En el hangar del aeroclub del aeropuerto de Punta Negra, en el Congo, Carlos Mas mira al vacío. En la ciudad hay fiesta porque al fin ha llegado el Raid. Carlos llora por dentro porque hace menos de cinco horas se ha matado su compañero de equipo Gilles Lalay. Está sentado en el mismo portaequipajes donde reposan las dos bolsas de viaje de Gilles. 

Todo el equipo Yamaha reúne sus bultos. Han decidido retirarse. Carlos lo explica al lado de su moto todavía sucia por el barro de tantos kilómetros africanos]. La prueba especial se había terminado. Yo estuve a punto de salir con él para cubrir el enlace hasta Punta Negra. El siempre se iba el primero para llegar cuanto antes al vivac. Hasta ahora nunca nos habíamos encontrado con ningún coche en este tipo de tramos. Al entrar en una curva Gilles se encontró con un coche de la organización, un todo terreno de los médicos de carrera que venía de frente. El choque fue inevitable. 

Era una pista muy estrecha con arbustos a los lados. La ambulancia tardó veinte minutos. Cuando yo llegué al lugar lo ví ya dentro. Habían pasado varios motoristas antes y no entiendo cómo no pararon. Fuimos detrás de la ambulancia hasta el hospital. Allí salió un doctor al poco tiempo para decimos que Gilles echaba sangre por los oídos. No han podido hacer nada para salvarlo. La cara la tenía bien pero estaba reventado por dentro. Yo discutía mucho con él. Le llamábamos francés de mierda y Pinocho, por la nariz tan grande que tenía.

Todo el mundo se puede imaginar lo que une estar en el mismo equipo en una carrera como ésta donde duermes cada noche en la misma tienda de campaña, en los sitios más extraños de Africa. Ha sido una catástrofe. Para mí y para mis compañeros de equipo la carrera ya no tiene sentido. Lo mejor es parar y todos hemos estado de acuerdo. [Gilles Lalay tenía 29 años y era un clásico de está carrera. Había ganado en el 89, fue segundo en el 86 y tercero en el 88. Alto, nervioso, de carácter bromista se dejaba notar en las horas del atardecer cuando participantes, periodistas y organizadores intentan olvidar el cansancio para refugiarse en las inhumanas condiciones de los improvisados campamentos. Había llegado a superar el tramo más difícil del Raid París-El Cabo 1992. 

Le esperaba hoy un día de descanso en Punta Negra antes de embarcarse para Angola]. Los que han llegado hasta aquí -decían los expertos- llegarán hasta Ciudad del Cabo. [Gilles se ha quedado en una estúpida curva de Punta Negra, en un tramo que ni siquiera era de carrera y al chocar contra un coche de los propios médicos del Raid. Algo inexplicable que el propio Gilbert Sabine, el gran patrón, ha despachado con una fría nota de doce líneas escritas a mano sobre el panel de la sala de prensa del aeropuerto. Carlos Mas, a última hora de la tarde, buscaba un billete de avión para regresar cuanto antes a España].

Cuando uno viene -sentenció Mas- a esta carrera sabe que se arriesga a morir, pero es estúpido hacerlo de esta manera. [El sol se pone sobre el aeropuerto de Punta Negra. La ciudad está de fiesta por la llegada del Raid. El equipo Yamaha Chesterfield sentado en el suelo del viejo hangar se pregunta cómo ha podido suceder].

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