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El horror que instaló Disney en nuestro desamparado cerebro

Valorar la obra del perverso y genial vendedor de sueños Walter Elías Disney debería de ser un privilegio de los niños. Que un adulto ejerza labores de taxidermia o de desmitificación en un territorio que pertenece exclusivamente a las sensaciones de la infancia revela profesionalidad, pero tambien impostura. Al igual que los lugares asociados a nuestra niñez nos parecen infinitamente mas reducidos de tamaño cuando los revisitamos, y sus olores iniciáticos han desaparecido o se han transformado en algo irremediablemente prosaico, el cine de Disney puede resultar aburrido o intolerablemente cursi para la visión de un adulto. 

Tambien percibirá su sadismo genético o estratégico, su abuso de las fórmulas, su fastidiosa moralina. La moralina y la fórmula son conceptos demasiado trascendentes para ser captados o valorados por un crío, a no ser que pertenezca a una categoría inexplorada de monstruitos, pero cualquier criatura medianamente sensible recordará como algo exclusivamente siniestro el asesinato de la madre de Bambi, el desamparo de Dumbo cuando enchironan a la suya o las crueles burlas de las elefantas hacia las orejas de este. 

En esos momentos tan poco gratos de memorizar, el Gille de Rais de Chicago (alguien difundió en la España franquista el infundado y nacionalista rumor de que el gran amigo y protector de los niños buenos había nacido en Almería) atacaba conscientemente la fibra más vulnerable de los niños. Todos nos sentíamos huerfanos y definitivamente perdidos en esas secuencias de pesadilla. La impresión era duradera y visitaba en más de una intolerable ocasión a nuestros sueños. 

Comprobar al despertar que nuestra madre seguía viva y el impagable alivio que nos proporcionaba esta certidumbre no compensaba del horror que había instalado Disney en nuestro desamparado cerebro. Si se toman la molestia o el placer( en mi caso, inmenso) de acompañar a niños en las películas de Disney, comprobaran que el verdadero espectáculo lo constituyen sus rostros, sus carcajadas, su tensión, su éxtasis, su interpretación de lo que estan viendo, sus comentarios a la salida del cine, su felicidad. Ante este tierno panorama y la evidencia del encanto que lo ha provocado resultan grotescas las consideraciones esteticas o morales de los perspicaces adultos. Recuerdo con especial gratitud varios perdurables regalos de Disney. 

El capricho es el único juez en estas selecciones de la memoria. Recuerdo la secuencia de la inmersion en el cuerpo de la ballena de los protagonistas de Pinocho y especialmente, al entrañable Gepeto. Recuerdo la infinita maldad de la pintoresca bruja Cruella de Ville en la deliciosa 101 dálmatas. Recuerdo la relación entre Mogwly y Baloo en aquel Libro de la selva que no hubiera escandalizado a Kypling. Recuerdo la marcha cantarina de los enanitos de Blancanieves. Dejo a los estructuralistas y a los observadores sesudos el destripamiento de estas películas tan reaccionarias. Que les aproveche.

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