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Bob Dylan tiene muchas influencias

Cada paso de Bob Dylan es una nueva noticia. En la primavera del año pasado (el 24 de mayo, concretamente) una caja de cinco discos con ediciones de temas nunca grabados, caras B y composiciones desconocidas, Bootleg series, conmemoraba el medio siglo del hierático artista, que por mucho que le rindan pleitesía, no parece inmutarse jamás. 

Ahora, para celebrar el treinta aniversario de la edición de Bob Dylan, el primer disco del ídolo, Columbia le ha montado un follón de los grandes. Un reconocimiento público con el que, por fin, los admiradores de Dylan pueden descubrir públicamente las influencias que le deben. 

Y es que si los Rolling o los Beatles son piezas esenciales de la formación de casi todos los ídolos actuales, Dylan consigue meterse, colarse poco a poco en las composiciones de músicos de toda especie, incluidos los menos sospechosos. El porqué de esta deuda indiscriminada, la razón por la que artistas tan dispares como John Mellencarap, Kris Kristofferson, George Harrison, Tom Petty, Eric Clapton, Sinead O'Connor o U2 aparecen unidos por unas horas está clara; viven una deuda con el músico de Minnessotta, han bebido de una herencia conjunta, de la que, eso sí, han tomado cada uno lo que más le interesaba. 

U2 el aspecto mesiánico, más bíblico, del Dylan atormentado; Harrison su vertiente más «bluesero»; Sinéad el lado folk del primer Bob; Clapton, su pasión a bordo de la guitarra... Diversas caras de un ídolo que todos han sabido asimilar y reinventar a su manera. Es que los ídolos, aunque vivan en otras galaxias, también tienen mitos. El mismo Dylan, cuando a mediados del 1961 cambió su nombre de pila (Robert Zimmerman) por el artístico, traía guardadas influencias nada disimuladas de ídolos del folk, como Woody Guthrie o Kingston Trio. 

Notas pegadas en la suela, que este músico-poeta-agitador de espíritus, que comenzó su andadura musical como animador musical de un club de striptease de Central City, nunca quiso dejar atrás, ni siquiera cuando se zambulló de lleno en el ambiente urbano de esa Nueva York a la que él siempre ha reconocido deber tanto. Woodie Guthrie, concretamente, fue el que le enseñó a ver la otra cara de América, ese reverso de la moneda que ha caracterizado la obra de Dylan. 

Pero él, como buen discípulo, tira la primera piedra y enumera su deuda musical en Song to Woodie -como ahora han hecho sus alumnos-, «he escrito una canción sobre el paradójico mundo que sigue en marcha, que parece enfermo y tiene hambre, que está cansado y roto, que parece estar muriendo y apenas si acaba de nacer». Pero no sólo de Guthrie vivió Dylan; toda una cohorte de escritores, músicos y artistas más o menos reconocidos se unieron al aura de Bob en una relación de ósmosis por la que unos y otros daban y recibían ideas mutuamente. 

Aunque la generación «beat» vivió, casi en su totalidad, en la misma onda -y algunos, como Ginsberg, en el mismo piso- que Dylan, las influencias literarias, la supuesta formación del primer Dylan se ha exagerado. La supuesta referencia al poeta Dylan Thomas, del que la leyenda popular asegura que Bob tomó el nombre artístico, ha resultado, con el paso de los años, ser absolutamente falsa. Dylan lo ha desmentido varias veces, aunque parece no molestarle la referencia «culta».

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