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El tiempo ha pasado por Marta Chavarri

Qué semana. Medio país hablando del pasado reciente, y el otro medio del futuro inmediato. El pasado es lo de Marta Chávarri con Juan Abelló, y el futuro lo representa el Madrid-Barcelona del sábado. Las piernas de Suker y la calva de Ronaldo, siendo caras, no valen lo que las piernas de Marta y la calva de Abelló. Lo del Bernabéu se adivina como un choque de trenes, el impacto de los meteoritos sobre la galaxia del fútbol, pero lo de la bella y el millonetis es una conjunción explosiva, un chispazo mortal, nitroglicerina erótica en la base del sistema financiero. 

Y así, mientras todos los exégetas del deporte pasan la semana analizando con microscopio los secretos de Ronaldo, en los circuitos económicos de la Corte corre con estupor la pregunta de fin de siglo: ¿qué tiene Marta?

De Isabel Preysler, su antecesora en la provocación de turbulencias y terremotos con epicentro en la Bolsa, se sabían algunas de sus armas. Isabel tenía una belleza exótica, el currículum de Julio Iglesias, un aura de misterio y el discreto encanto de la porcelana filipina. Era -es, en transitivo- una mujer singular, distinta, una esfinge de la que se intuían desmayos, languideces y fascinaciones ocultas. Y además, estaba lo del carrete, asunto suficiente para hechizar a un «popperiano» soberbio como Miguel Boyer, aficionado a la egiptología y otras disciplinas exóticas. 

Pero Marta Chávarri no tiene nada de eso. Su belleza, siendo enorme, no es especial; quiero decir que su biotipo es múltiple, esencialmente idéntico al de otras muchas niñas bien, monas, rubias, con boquita de piñón y cuerpo modelado por la gimnasia y un poco de bisturí. Y, sin embargo, algo ha de poseer para que por ella se pongan en juego los grandes imperios de las finanzas tan duramente labrados a golpe de pelotazo y tentetieso. Si por lo menos supiera hacer la cola de la vaca.

La cola de la vaca no es una suerte amatoria, pero casi. Es un regate de la escuela brasileña, que domina como pocos Ronaldo Nazario de Lima. Se trata de amagar a un lado, luego a otro, y al final tirar por el sitio del principio dejándole la cintura al defensa para que le pongan Tres en Uno. Que se vaya preparando Rafa Alkorta. El fútbol, dice el oráculo Valdano, es el arte del engaño. Como el amor, según ciertas mujeres.

Claro que, bien mirado, Marta Chávarri también es dada al dribling sentimental, mezclado con potentes intuiciones sociales. Amaga que le interesa un título -el marquesado de Cubas, por ejemplo- y sale luego buscando un emporio especulativo. Pura finta. Otro día aparenta locura de amores por un «playboy» como Phillipe Junot, y acaba dándole cobijo nocturno a un financiero coleccionista de arte. 

En los felices ochenta, la época dorada del amor y el lujo, cuando le tomaron las fotos con «panties» y a lo loco, hacía guiños de cejas a deportistas de elite -pongamos Fernando Martín- y terminaba en el hotel Mayfair haciendo maratones con un jugador de polo -pongamos Ricky Trujillo-. A lo mejor ése es su verdadero secreto: la inconstancia, la versatilidad, la sorpresa. El regate. Todo ello asociado a un gran sentido pragmático y a una vertiginosa concepción de la vida. Lo dijo otro brasileño inmortal, el gran Vinicius de Moraes: el amor es eterno... mientras dura.

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