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La verdadera historia de James Bond

El progenitor, a través del hijo, había alcanzado la gloria y la inmortalidad. El hijo, en una maniobra edípica, había hecho todo para agradar y parecerse al padre (Fleming llegó a ser comandante en el Departamento de Inteligencia Naval Británica de la Marina Real) y de ese modo estar legitimado para llevarse a la madre. 

Pero ni por esas. Papá Fleming se encargó de privar al pequeño James en sus novelas no solo de una madre, sino de esposa y de cualquier mujer a la que amar y por la que ser amado más allá de la duración de sus misiones. A pesar de sus canas, Bond ha tenido solo dos grandes y fugaces amores: Vesper Lynd y Tracy di Vicenzo. 

La primera, doble agente, le traicionó para luego suicidarse, carcomida por la culpa. La segunda, aristócrata, es la única señora Bond hasta la fecha, pero lo fue por cuestión de minutos: nada más terminar la boda, fue herida de muerte por una bala destinada a su marido. Aparte de ellas, el currículum amoroso del agente se limita a tórridos romances con mujeres que, por lo general, fueron violadas en su juventud y torturadas durante su relación con él por el villano de turno para, a continuación, una vez consumada la pasión con el agente secreto, acabar desapareciendo o muriendo. 

A este respecto, la psicoanalista Aurora Dezcallar opina: "La fascinación que Bond ejerce tiene un precio: la soledad. Bajo esa imagen de hombre de acción, rodeado de mujeres, éxito y lujo, se esconde la compulsión a la repetición, una característica del ser humano. Así, Bond vuelve a quedarse solo y sin afectos, esperando la próxima misión. Bond rara vez se para a pensar". Condenado a no encontrar el amor duradero con ninguna mujer, a Bond solo le queda entregarse a los brazos del público.

Su salto al cine supuso la consagración de Bond como uno de los mayores fenómenos de masas de su tiempo y el inicio de la saga más duradera de la historia del celuloide. Sean Connery, el primer y más mítico rostro del agente, diría a propósito del fenómeno: "Me llegan miles de cartas en tono exaltado. La gente no me escribe a mí, sino a Bond. Se dirigen a mí como si fuera él, se enamoran de mí porque soy él, me piden que les resuelva casos particulares". 

En Italia, un popular semanario recibió centenares de cartas de gente de todas las edades deseosa de incorporarse a la carrera de espía internacional que querían saber qué hacer para convertirse en uno, cuánto se ganaba, si el coche estaba incluido, si se debía saber yudo, si era necesario ser soltero, cuánto costaban los cursos de espía y, lo más importante, a cuántas personas era necesario matar cada año.

La literatura, y sobre todo el cine, hicieron de 007 un modelo estético y de conducta hasta el punto de equivocar la valoración de ciertos problemas morales. El público estaba confundido, ¿quién era realmente James Bond? También el propio agente que, desdoblado en un esquizoide abanico de galanes -desde el irresistible Connery hasta el tosco Daniel Craig, pasando por Roger Moore o Pierce Brosnan-, en ocasiones muy puntuales, alberga dudas sobre la moralidad de sus acciones. Para Rosa Martín, "Bond, al estar en peligro constante, tiene que maximizar su parte obsesiva y controladora. No puede permitirse cuestionar la ética de su trabajo. Solamente lo hace cuando es víctima de agotamiento nervioso".

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