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Las noches de Cannes

La noche de Cannes. Una cena infinita que empieza en las pequeñas tabernas cercanas a los campos de petanca y acaba en lo que los lugareños llaman las alturas de Cannes: villas sacadas de un catálogo hecho para emperadores, con columnas de mármol, piscinas de jade y dueños dispuestos a dar unas fiestas a cuyo lado las Bodas de Canaa parecerían merendolas campestres de domingueros.Algunas villas valen 1.000 millones de pesetas y, si te paras en los escaparates de las inmobiliarias de La Croisette y miras las fotos, te entra como un mareo, porque se puede ser más poderoso, pero no más hortera.

La noche de Cannes: Sharon Stone, Liz Taylor e Iman señora de David Bowie cenando en el mismo chamizo que solía frecuentar Picasso, el Moulin de Mougins (30.000 por bigote), para recaudar fondos destinados a la lucha contra el sida. Sharon Stone. La reina de este festival antes, ahora, siempre que pone sus pies aquí. La reina y la novia del festival: los fotógrafos se deshacen ante su forma de posar cada vez que entra en el Palacio de Festivales.

Cannes no es cualquier cosa y cada mañana estira su pereza de calles regadas, en las que los barrenderos se detienen a mirar los escaparates de Hermès, bosteza con aliento de champán y alta costura, desayuna el esplendor de los mundos millonarios y al final se tira un gran pedo en honor de esos vendedores ambulantes que, por obra y gracia de los mandatarios de esta ciudad, han sido deportados hasta la discreta esquina final del puerto.

Aquí en Cannes, muchos y muchas pasan las horas haciéndose pasar por lo que no son: hay prostitutas que quieren parecer estrellas de cine, hay teóricas señoras respetables de la alta sociedad que parecen prostitutas y a lo mejor hasta lo son, hay aspirantes a capitán de yate como el supuesto Jean-Christophe, hay periodistas del montón que se creen los encargados de cambiar el curso del universo, hay camareros que tras cobrar 43 euros (antes llamados 7.000 pesetas) por un plato de gambas en un restaurante tipo Casa Puri se creen con derecho a mirarte por encima del hombro.

Uno pasea por Cannes y se cree en Imposiblelandia.

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