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Skipe Lee un negro chorizo

Un turista ocasional que se perdiera en el barrio de Kreuzberg, conocido como «el barrio turco», no reconocería ninguna huella de la pureza aria con la que soñaba el III Reich. 

Pensaría que se encontraba en la renacida Babel, en una armónica y tumultuosa mezcla de razas y de culturas. La divertida afición de la juventud y de la contracultura berlinesa a embadurnar las paredes de su ciudad con grafittis ha establecido su paraíso en este barrio. Puedes hallar desde loas delirantes al presidente Gonzalo hasta las más esperpénticas mitomanías, llamadas a la guerrilla urbana contra los «skin-heads» y otras repugnantes variantes del neonazismo a apologías de la sexualidad menos ortodoxa. 

La «movida» (suponiendo que esa desgastada palabra haya tenido o siga teniendo algún sentido) berlinesa se concentra actualmente en este barrio y en los artísticos tugurios de Berlín oriental, en bares donde es posible escuchar el universal tono borracheril en diez idiomas distintos. A uno de estos bares de moda llegó en la noche del lunes un señor tirando a diminuto y con evidente aunque también molesto complejo de «prima donna». El arrogante sultán descendió de un Cadillac (marca infrecuente en Berlín) rodeado de varios guardaespaldas de diseño y de incontestables bellezas femeninas de color. Un rugido de características provincianas acogió la llegada del monarca de la vanguardia: «Oh, es él, es Spike Lee en persona».

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