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Una rubia inocente Michelle

La de hoy en día es una mujer que ha dejado atrás el recuerdo doloroso de aquella joven con el cuerpo lleno de cicatrices causadas por las incertidumbres jamás resueltas de su adolescencia y la angustia de la imprecisión del futuro. El de Michelle Pfeiffer ha sido el proceso prodigioso de evolución de una actriz esencialmente honesta consigo misma y de una mujer en el umbral de la madurez que acaba de estrenar una largamente deseada condición de madre y recién casada. «Hollywood es un sitio lleno de mujeres infelices», dijo hace tiempo. No es su caso. 

«Tengo 36 años y estoy preparada para el cambio», manifestó hace un par de meses. Dicho y hecho. La vida de la que muchos consideran la actriz del futuro en Hollywood, se ha transformado en la de una mujer familiar volcada enteramente en su hija adoptiva Claudia Rose, en su reciente marido David Kelley, y en su ilusionante primer embarazo. Ellos, y el reducido círculo de sus íntimos, pueden disfrutarla tal como es: inteligente, irreverente, nada pretenciosa, llena de humor y con los pies en el suelo. El resto de los mortales sólo podemos contentarnos con acceder a ella de nuevo a través de una película, La edad de la inocencia, la adaptación que de la novela de Edith Wharton ha realizado Martin Scorsese, en la que la actriz se revela a través de la condesa Ellen Olenska, una mujer anticipada a su época, aprisionada por el amor y sofocada por las rígidas conveniencias sociales del Nueva York de comienzo de siglo. 

Una vez más, Pfeiffer vuelve a realizar la proeza lograda en diez años y a través de catorce películas: encarnar como nadie la feminidad sufriente y el lúcido desencanto. En el filme, que bien podría valerle su cuarta nominación al Oscar, se muestra en la cima de su carrera y en todo su esplendor.

A través de la condesa Olenska, podemos percibir a Pfeiffer como la mezcla de ferocidad y fragilidad recubierta de hielo que es. A sus 36 años, con el perfecto rostro más anguloso que nunca y la legendaria mirada triste, dura y glacial, ya no es la típica rubia californiana por la que nadie apostaba tras verla en su primer papel protagonista, Grease 2 (1982). En una década no ha dejado nunca de sorprender con su «star quality», presencia y luminosidad ante la cámara y su profundo talento de actriz. Una hondura e inteligencia con la que ha construido una de las más serias y sorprendentes carreras de Hollywood, alejada de las servidumbres del estrellato y de personajes de rubia boba en la que intentaron encasillarla en sus comienzos.

Michelle Pfeiffer es una bella con alma, que ella desea preservar en la intimidad. Implacable defensora de su privacidad, tiene la imagen de estrella más misteriosa y secreta desde Greta Garbo. Muy conocida es su legendaria antipatía hacia la prensa, la fama y el sentirse expuesta. Odia hablar de sí misma, de su vida privada. Su leyenda dice que es introvertida e insegura, poco amante de los métodos de interpretación y enemiga de las entrevistas.

«Soy muy independiente e impaciente conmigo misma. Tengo un carácter sombrío. Paso de la extraversión a la paranoia, del candor a la desconfianza», asegura. Parte del encanto seductor de Pfeiffer reside en la contradicción entre su interior oscuro y su deslumbrante percha, cristalización irrefutable de los cánones de la belleza norteamericana. En las escasas entrevistas concedidas, siempre ha afirmado ser una persona muy oscura y compleja, esperar siempre lo peor y ser, en definitiva, muy pesimista y negativa.

La tensa contradicción entre su fachada luminosa e interior oscuro, entre estrellato e interpretación, le ha permitido construir una carrera impecable en la que ha rehuido conscientemente los títulos excesivamente comerciales y que le han permitido interpretar mujeres en lucha por asumir su propio amor y locura. Un factor determinante para ello ha sido su impresionante habilidad para transformarse y su versatilidad. Estas virtudes camaleónicas e interpretativas decidieron a Scorsese para darle el papel de Ellen Olenska:

«Cada vez que la veía en una película era una mujer diferente, nunca vi a Michelle Pfeiffer. La condesa Olenska había vivido en Europa como una bohemia, comparada con los otros personajes de la historia, y necesitaba una actriz que expresara su conflicto interior con la mirada y el rostro, pero de una manera sutilísima».

Sobria y sutilmente esta actriz autodidacta ha desaparecido literalmente detrás de cada personaje que ha interpretado, dando en cada película muestras de su ilimitada capacidad camaleónica:

la pandillera Sthepanie Zinone de Grease; la apática y cocainómana Elvira de Scarface; la hechizada princesa devenida en ave rapaz enamorada de Lady Halcón; la noctámbula y agitada Diana de Cuando llega la noche; la dura y ambiciosa actriz Faith Healy de Dulce libertad; la fértil y maternal Sukie Ridgemont de Las brujas de Eastwick; la aguerrida viuda de la Mafia Angela de Marco en de Casada con todos; la sensual y misteriosa Jo Ann Vallenari de Conexión tequila; la virtuosa madame de Tourvel de Las amistades peligrosas; la valiente editora soviética Katya de La casa Rusia; la aburrida y descerebrada maruja Lurene Hallett de Por encima de todo (que le valió el Oso de Oro a la mejor actriz en el Festival de Berlín del pasado año); la desgarrada camarera Frankie de Frankie y Johnny; la sufrida secretaria Selina Kyle y la vengativa gata Catwoman de Batman vuelve y la condesa Ellen Olenska de La edad de la inocencia.

Pese al éxito, Pfeiffer sigue alimentando su legendaria inseguridad: «Creo que cada película va a ser la ocasión en que todos descubrirán, por fin, que soy una impostora». En realidad, su sueño y más secreta aspiración es llegar a ser una buena actriz secundaria e interpretar convincentemente a una pordiosera. Que no es, ni mucho menos lo que le espera a Michelle Pfeiffer en el futuro.

Hace poco terminó el rodaje de Wolf, de Mike Nichols, una mezcla de «thriller» y comedia en la que interpreta a una veterinaria «hippy» enamorada de un editor (Jack Nicholson), quien tras ser mordido por un lobo comienza a demostrar comportamientos lupinos.

Y, en febrero si el embarazo no hace cambiar sus planes rodará junto a Richard Gere Higgins Beach, una historia de amor basada en la vida real de Marguerite Higgins, la primera periodista destacada en un frente de combate, el de la guerra de Corea. También le aguarda Tim Burton para comenzar Batman 3, así como el personaje de la mujer pirata Annie Bonnie, la protagonista de la bucanera Mistress of the seas, junto a Harrison Ford.

Y, por si eso fuera poco, desde su propia productora, la Pfeiffer-Guinzburg Productions, proyecta adaptar para el cine la novela ganadora del Pulitzer 100 Acres, de Jane Smiley, así como la adaptación de otra novela de Edith Wharton, The Custom of the County, llevada a cabo por Christopher Hampton; Otra vuelta de tuerca, de Henry James y Waltz into darkness, basada en una novela de Cornell Woolrich.

Y, finalmente, una historia sobre la relación real entre la pintora Georgia O Keefe y Alfred Stieglitz.

A su vez, el realizador Gary Marshall, para el que trabajó en Frankie y Johnny, le sugirió que la encontraba más que preparada para dirigir. Ella parece complacida con la idea, aunque ha declarado que antes de que eso ocurra, Claudia Rose, que cumple un año el 3 de marzo, tiene que crecer.

La mestiza Claudia Rose, hija de una enfermera latina de Miami que la dio en adopción por carecer de medios económicos para criarla, constituye el epicentro de toda su vida. Atrás ha quedado su matrimonio fracasado con el actor Peter Horton y los romances con Eric Clapton y los actores John Malkovich, Michael Keaton, Al Pacino y Fisher Stevens. Su matrimonio, el pasado 13 de noviembre y por el rito presbiteriano, con David Kelley, ex jugador de hockey, abogado y productor de las series televisivas La ley de Los Angeles y Picket Fences, le ha proporcionado la estabilidad emocional necesaria para ofrecerle a la pequeña todo lo que sus padres Richard y Donna, un instalador de calefacciones y una ama de casa, no le pudieron dar.

La familia Kelley Pfeiffer vive en una mansión californiana de estilo español construida en 1917 en Santa Mónica, con dos perros y un gato. Allí, la actriz se dedica a la pintura y al bricolaje, sigue su dieta vegetariana, lucha día a día con la tentación de volver a fumar, cocina pasta para sus amigos y comparte sus momentos más íntimos con las dos nuevas personas con los que ha formado una familia.

Michelle Pfeiffer se ha convertido ante nuestros ojos en una actriz y mujer formidable, lejos de la gatita para películas de surfistas a la que los estudios la habrían condenado. Con el tiempo, el florecimiento de su propia conciencia, así como el valor y confianza en sí misma, la han convertido en una estrella. Ahora, la actriz conoce su valor: es una de las cien personas más poderosas de Hollywood y los ejecutivos saben que, junto a Julia Roberts y Kim Basinger, Pfeiffer garantiza las ventas de sus películas por anticipado.

En la revista Harper s Bazaar la eligieron una de las diez mujeres más hermosas del mundo. En la prestigiosa Time dictaron: «Es guapa hasta morirse». Tampoco ha podido evitar a las etiquetas: «la heredera de Grace Kelly» y «la nueva Garbo».

Ahora, Michelle Pfeiffer es una actriz que sabe lo que quiere hacer y la manera de conseguirlo. Jonathan Demme, el director de El silencio de los corderos, film que ella rechazó, y que la dirigió en Casada con todos, ha pronosticado: «Michelle Pfeiffer es la actriz del futuro».

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