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Cameron Díaz divertida y mordaz

Bajo este título tan caprichoso como poco adecuado se esconde una atractiva comedia negra en torno a la accidentada luna de miel en una apartada isla de una pareja decididamente peculiar compuesta por un respetable juez y una drogadicta redimida, que en el pasado llegó a ser condenada en los tribunales por su actual marido.

La muerte inoportuna de un antiguo novio de la chica, si es casual o provocada, forma parte de la propia intriga, precipita los acontecimientos y desencadena una serie de mecanismos paradójicos entre la pareja protagonista y un tercer personaje que completa el censo de tan paradisiaco paraje.

Un guión ingenioso y bien engrasado, una puesta en escena sin alardes y un reparto eficaz configuran un espectáculo divertido e inteligente que se complace en jugar con los potenciales sentimientos de culpabilidad de tres supuestos inocentes. La incertidumbre, la cambiante posibilidad de que nada sea lo que parece a primera vista es el principal aliciente de esta apuesta original que no busca la carcajada ruidosa sino la complicidad mordaz y que en sus mejores momentos recuerda a aquella vieja comedia macabra de Hitchcock titulada Pero... ¿quién mató a Harry en la que un pueblo entero pasaba el tiempo cambiando de lugar un incómodo cadáver.

Lástima que el resultado no llegue a ser totalmente redondo, lastrado sobre todo por cierto espíritu timorato que deja a medio explorar sus posibilidades más provocativas.

La turbiedad de Harvey Keitel funciona mejor en otros géneros menos distendidos, pero consigue estar a la altura de ese personaje que va escamoteando pruebas en nombre de sus conocimientos legales, y sintoniza bien con Cameron Díaz, que encarna a una especie de Caperucita entre lobos que se la quieren comer.

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