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El cine europeo está agonizante

En estos últimos diez años, la producción cinematográfica europea ha disminuído en un 25%. La explicación primera y prácticamente definitiva es que los distribuidores y los programadores no quieren cine europeo. La calidad, de sobra demostrada por los directores y actores europeos, no basta. Sus películas no dan dinero, o no lo hacen del mismo modo que el cine del otro lado del Atlántico.

Las cifras lo dicen casi todo. El Centro Nacional de la Cinematografía Francesa concedió el año pasado 104 visados de explotación a películas norteamericanas. Y sólo diecisiete a películas europeas. Ninguna de entre ellas era española. Este ejemplo es doblemente alarmante si se tiene en cuenta que Francia no es en absoluto uno de los paises que menos cine europeo ofrecen, muy al contrario. Las producciones españolas en las pantallas francesas, por ejemplo, brillan por su ausencia. Nuestro cine aparece por las salas de París con motivo de fenómenos tan aislados como el caso Almodóvar y sus mujeres al borde del ataque de nervios. «Espérame en el cielo» , de Antonio Mercero, supuso un pequeño bombazo de público y crítica. Pero ahí se acaba todo.

Claro que el cine francés en las salas españolas también se puede buscar con lupa. Hay que rendirse a la evidencia y afirmar que el cine europeo no sabe, hoy por hoy, buscar sus canales de circulación. Y hay que acordarse de que tan sólo hace tres años, la vieja Europa producía más películas que los Estados Unidos. La «vitalidad y riqueza creadora» de que hablaba el ministro de Cultura francés Jack Lang refiriéndose al cine europeo no parece encontrarse en su mejor momento. Es de suponer que la Comunidad Económica Europea tiene un gran papel que jugar si quiere salvar una de las manifestaciones de su cultura del desastre económico.

El propio presidente de la Comisión Europea, el francés Jacques Delors, escribió en el catálogo de presentación de los II Premios del Cine Europeo que «la Comunidad está dispuesta a mejorar la libre circulación de las películas y a promover obras europeas de calidad». Por su parte, la Asociación del Cine Europeo contempla como uno de sus principales deberes «el empeño en la difusión comercial y cultural del cine europeo». Lo que ocurrió en la gala del pasado 25 de noviembre en París fue un bochornoso espectáculo de desorganización y mala educación para con algunos cineastas cuyos nombres, por lo visto, eran muy difíciles de pronunciar. Aquel cúmulo de despropósitos debió ayudar bien poco a la anhelada unión del cine de la vieja Europa.

El propio Philippe Noiret puso el único toque de humor sano al decir que «Hollywood nunca ha logrado organizar una velada como esta». Desde luego que no. El trozo de muro de Berlín que Hanna Schygulla regaló a Pedro Almodóvar y los galardones concedidos a películas del Este no hacen el futuro del cine continental. Tampoco lo hacen manifestaciones de falsa moralidad que culpan de todo a los críticos y medios de comunicación europeos. Las cosas son más sencillas: las pantallas europeas sólo programan películas norteamericanas o nacionales porque los empresarios del cine lo quieren así. Los aumentos en los costes de producción y distribución siguen ahogando a un cine que, entre 1980 y 1986, perdió 345 millones de espectadores (cifra referida a la CEE).

Y hay otro gran obstáculo: latelevisión. Los responsables de programación de las televisiones europeas prefieren ofrecer cualquier serie norteamericana que largometrajes europeos. Las cinco cadenas de televisión francesa emitieron 1.330 películas durante 1988. Sólo un 9% de ellas fueron europeas. Y esto no es un problema de orden moral sino de orden publicitario (o sea, económico). Las declaraciones en defensa de la unidad del cine europeo no bastan. Una de ellas, la realizada por Marlene Dietrich en la noche de la entrega de premios, tuvo quizá más valor que todas las demás, porque la gran actriz alemana rompió así un silencio de diez años. «Ya es tiempo de hacer por fin un cine verdaderamente europeo», dijo Marlene Dietrich. Y los espectadores presentes en el Teatro de los Campos Eliseos aplaudieron. Luego, casi todos los protagonistas del evento se dedicaron a mirar los problemas muy desde lejos y prefirieron zambullirse en los divertimentos de la absurda gala.

La salvación del mercado cinematográfico europeo habrá de pasar, lógicamente, por un dinamismo y un compromiso por parte de los productores, distribuidores e instancias políticas.No van a ser los periodistas quienes salven o hundan al cine europeo, como quiso dejar ver esa gran actriz que es Liv Ullman. «Ustedes, los medios de comunicación, son los culpables y deberían interrogarse sobre sus responsabilidades antes de investigar sobre las dificultades de nuestro cine», apuntó la actriz noruega en el rotativo francés. Le Monde. Según su visión de las cosas, los críticos de cine europeos se limitan la mayor parte de las veces a seguir como corderitos las espectaculares campañas publicitarias lanzadas por Hollywood: Una visión que parece bastante simplista.

Su actitud contrasta con la del realizador húngaro Istvan Szabo, también miembro del jurado de los Premios Europeos del Cine. En un pequeño debate entre actriz y director montado por Le Monde, Liv Ullman defendió al público al decir que «él es el menos responsable de todo: sólo comen lo que le sirven. Istvan Szabo le replicó diciendo que «se le sirve lo que pide». Dos interpretaciones bien diferentes.

El director húngaro ofreció también una opinión tajante sobre la influencia norteamericana: «Lo que hace falta es que haya más militantes de la cultura europea que luchen día a día contra la capitulación ante el imperialismo americano. Porque Europa es, precisamente, lo contrario del imperialismo, es la mezcla pacífica de culturas y tradiciones diversas». El problema de la programación fue analizado en unos términos que no dejan lugar a la duda por uno de los expertos del proyecto Eureka un una reunión celebrada en París: «Se da en los encargados de la programación televisiva una especie de pereza intelectual; ya no se toman la molestia de ver películas de los países vecinos. Toman directamente el camino de Los Angeles».

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