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Para nada es justo

No han reciclado el contenido y las formas de su basura. Se han limitado a cambiar de día, canal y horario, con la seguridad de que mantendrán su exquisita clientela, incrementada con el público infantil. Me deprime la adicción de los críos a este programa repugnantemente adulto, estratégicamente consumista, sublimador de la zafiedad.

No puedo comprender ni aceptar que los niños dediquen la tarde del domingo a la contemplación de El precio justo, existiendo gozosos procesos iniciáticos como el onanismo, el conocimiento del otro sexo o del propio, las novelas de Stevenson y de Verne, películas de Keaton y Chaplin, o practicar el boxeo con los amiguetes si la imaginación está cansada. La voz en off de un tal Primitivo, anima al embrutecimiento colectivo con enunciados publicitarios capaces de sonrojar al más hortera.

Chorradas cursis del tipo: «pueden atrapar con la red de su sonrisa y el acierto de sus pronósticos, regalos, sueños e ilusiones», o «vino, guitarra y poesía, hacen los cantares de la tierra mía», o «la música es el sonido amable de las buenas vibraciones», o «el arraigo de la tierra verde donde se abrazan el Atlántico y el Cantábrico». Finalmente, establece un sublime cordón umbilical entré los pimientos de Padrón y unos versos de Rosalía de Castro. Joaquín Prat, rey del populismo, espléndido charlatán de feria, campechano y chabacano, añade simpatía comunicativa a sus dotes de vendedor a domicilio. Marys y Marianos se sienten conmovidos con sus desdramatizadoras preguntas.

Transcribo algunas impúdicias: «¿Está enamorado de su mujer?.Qué guapa es. Ande, vaya a consolarse con ella.». «O sea, que has venido al programa con tu novia. Qué modernos sois. Imagino que está bien equipada... (leve pausa) de abrigos y chaquetones». El precio justo pone a prueba la paciencia del más frígido. Si es capaz de soportar el alud publicitario y contagiarse de la emoción que sienten los patéticos concursantes, no necesitará jamás ayuda siquiátrica. No es mi caso.

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