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Son dos paisajes los que tenemos

Una mañana soleada de hace seis años telefoneé a Dámaso Alonso para proponerle la reedición de su Antología de poesía española. Edad Media, publicada por Signo en el año 36. Dámaso me aseguró que él no había publicado nunca un libro con ese título ni recordaba que hubiera publicado nada en la editorial Signo, de modo que me preguntó cómo me llamaba y donde vívia. En media hora, me dijo, estaría en mi casa para ver personalmente esa antología que yo decía que él había preparado. Yo desconocía sus problemas de salud o tenía muy vaga noticia de ellos. Traté de disuadirle, porque me parecía un atentado sacar de casa a nadie para mirar un libro, pero Dámaso Alonso insitió. Sólo se avino, después de un diálogo disparatado a que fuera yo el que me desplazara hasta su casa de Alberto Alcocer.

Me estaba esperando en la puerta. Llevaba puesto sobre un traje azul raído, un viejo batín de paño pardo de Béjar que se ceñía por encima de los riñones. La casa de Dámaso Alonso me causó la misma impresión que él. Estaba en medio de una colina plantada de olivos, que había que atravesar por una vereda sembrada de romeros hasta llegar a ella. Era una casa racionalista, blanca, grande. Resultaba extraña en aquel jardín entre rascacielos y en medio de un olivar centenario. Desde allí se contemplaban dos paisajes. Uno, a través de los ventanales, era un paisaje lírico, horaciano, sereno. El mismo se refirió a la senda escondida muchas veces. El otro, de ventanas hacia adentro, era el vasto y hermoso paisaje de una biblioteca que lo ocupaba prácticamente todo. Aquellos dos paisajes son también trasunto de su vida, dividida entre el estudio y la poesía.

En cierto modo el estudio de un poeta debería ser tambien poesía. Por esa razón recuerdo ahora de todos sus libros no las muchas, sabias y admirables páginas sobre Luis de Góngora o San Juan de la Cruz sino las apenas cuatro cuartillas que portican el libro Barcos sin luces, del también horaciano y laforguiano Luis Pimentel. Su principal maestro fue la tradición, que Dámaso Alonso supo descubrir en el romancero, en la poesía lírica inglesa, o en Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Unamuno, que le dejaron, como reyes magos, tres dones. Transparencia Juan Ramón, humor Machado y Unamumo gravedad. Con ellos escribió los mejores de sus Poemas puros, su Oscura noticia o sus Gozos de la vista. Su nombre quedará unido no sólo al de los poetas de su generación, sino a otros más jóvenes, como los de Leopoldo Panero o Blas de Otero, y, para mí, al del gran poeta inglés Gerald Hopkins, de quien tradujo algunos versos inolvidables que nos es imposible leer sin lágrimas en los ojos.

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