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La luna de miel se ha terminado

Cuando ni siquiera ha transcurrido un año desde que se convirtiera en la primera mujer jefe de Gobierno en un país musulmán, Benazir se encuentra al borde de la bancarrota política. La joven primera ministra no sólo es cuestionada por los fundamentalistas islámicos y los militares.

Ha perdido también el apoyo de algunos de los grupos aliados que contribuyeron a su victoria electoral y se enfrenta abiertamente al impenetrable presidente Ghulam Ishaq Khan. Cuando llegó al poder, el pasado diciembre, la líder del Partido Popular de Pakistán (PPP) contaba con el respaldo de varias pequeñas formaciones políticas y con el favor de bastantes parlamentarios independientes. Confiada en la aparente solidez de su posición, la primera ministra intentó aplicar parte de su programa. Autorizó de nuevo los sindicatos estudiantiles, readmitió a los funcionarios perseguidos durante la ley marcial del general Zia Ul Haq y liberó a los presos políticos. Lo que no ha logrado en ningún momento es poner en marcha la mastodóntica y lenta Administración Pública.

Tampoco proyectar una imagen de firmeza y ni siquiera conjurar las iras de los fundamentalistas islámicos, para los que la presencia de esta mujer, de tan solo treinta y seis años, al frente del Gobierno es «una ofensa a Alá». Todos esos factores, sumados a las continuas equivocaciones de su propio partido y a las perversas maquinaciones de lo que se conoce como el «conglomerado anti-Bhutto», han terminado erosionando gravemente la estabilidad del nuevo régimen. El golpe casi definitivo se produjo la semana pasada, cuando el Movimiento Muhajir Quami, integrado por paquistaníes llegados de la India en los tormentosos días de la partición, anunció que retiraba su apoyo al gobierno y pasaba a la oposición.

La estrecha victoria parlamentaria de ayer es tan sólo un exiguo balón de oxígeno para el PPP y la atribulada Benazir. La confrontación, cada vez más violenta, va a continuar, centrada ahora en la lucha por los cuatro gobiernos provinciales. El partido de Bhutto controla Sind y la turbulenta provincia de la Frontera Noroeste. La oposición detenta el poder en Punjab y Beluchistán. En tres de estas provincias estan ya en marcha mociones de censura. Lo más probable es que la primera ministra intente salir del atolladero convocando elecciones anticipadas, en la esperanza de que las urnas le den una mayoría suficiente para gobernar de forma estable. La opinión de los expertos, a la luz de lo ocurrido en los últimos meses, es que la votación solo contribuiría a enturbiar más las cosas.

Por un lado, parece improbable que uno de los contendientes pueda obtener una victoria holgada en las urnas. Por otro, la campaña se convertiría en un sangriento espectáculo, en el que los millones de armas procedentes de Afganistán y los ejércitos privados de los barones de la droga tendrían más protagonismo que los programas políticos. El colofón, una vez más, podría ser el golpe militar, instigado en parte por los fundamentalistas musulmanes. Con cierta frecuencia grupos de «ulemas», teólogos islámicos, hacen públicas conclusiones reiterando que la permanencia de Benazir al frente del Gobierno «es contraria a las enseñanzas de la religión».

Cualquier motivo parece válido, desde la emisión por televisión de un concierto «pop» a la publicación en Londres del libro de Salman Rusdhie. Los militares, que han estado asaltando y soltando intermitentemente el poder durante los últimos treinta años, aseguran públicamente que estan en favor del «sistema democrático». A pesar de esas tranquilizadoras declaraciones y fieles a su tradición ya han advertido sutilmente a Benazir que «si fallan los políticos», a ellos no les quedará más remedio que «poner en orden la situación».

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