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La crisis ideológica de Nicaragua

La niebla del amanecer flota sobre la selva. Cientos de guerrilleros «contras» surgen como fantasmas por los caminos enlodados de Yamales, la ardiente frontera que separa Honduras de Nicaragua. Yamales es el principal «santuario» de la Resistencia Nicaragüense (RN) en territorio hondureño. En sus alrededores, consumidos por la selva, la malaria endémica, el sarampión y las heridas de guerra, doce mil guerrilleros y sesenta mil civiles, entre familiares y refugiados, esperan a que el ciego tambor de un revólver vuelva a girar sentenciando su destino. Los «comandos» que no deambulan por los intransitables senderos de Yamales; luchan -en una guerra siniestra y perdida- en los montes de Nicaragua.

Los comandantes más radicales de la «contra» aseguran que en la actualidad unos seis mil guerrilleros operan en Nicaragua «tan sólo con la ayuda del pueblo». Si finalmente Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, decide ordenar el fin del alto el fuego, como ha manifestado a este periódico, la guerra puede surgir de su actual letargo para volver a cubrir de sangre el país y crear una nueva situacón crítica en la región.

Mientras tanto, la «contra» atraviesa por una peculiar crisis de principios. Por primera vez desde el comienzo de la guerra -afirman- son dueños de su propio destino. La reciente visita de la Comisión Internacional de Apoyo y Verificación (CIAV) cayó como un garrotazo sobre sus cabezas, creando entre Ios guerrilleros y sus comandantes un clima de desesperación, rabia y despecho. Se sienten traicionados por los Estados Unidos, por sus jefes políticos de Miami y son conscientes de que, en el fondo, a nadie le importa su destino. «Ellos pusieron un puñado de armas, nosotros la sangre y los muertos», comenta amargamente a EL MUNDO un comandante de la resistencia.

Pero una de las principales decisiones parece haber sido tomada ya en el «santuario» de Yamales. El ala más radical del Estado Mayor de la «contra», cuyo jefe es el comandante «Franklin», está decidida a seguir la guerra, ignorando los acuerdos de desmovilización adoptados en Tela por los presidentes centroamericanos. Por primera vez en ocho años, la odiada «contra», sin la ayuda militar de los Estados Unidos», puede convertirse en un Ejército guerrillero «nacionalista» y purgar su fama de mercenarios.

Pero lo cierto es que si muchos de sus mandos reciben sueldos trimestrales, los combatientes, en su mayoría campesinos, sólo perciben el salario de la sangre y la muerte. La «contra» está ideológicamente dividida. El ex coronel Bermúdez, su máximo jefe militar, más conocido por el apodo de «comandante 380», puede perder el control de la situación ante el poder de los «halcones» de la resistencia. Una buena parte de los doce mil guerrilleros se niegan rotundamente a entregar las armas.

El propio comandante Bermúdez muestra a este enviado especial su frustración. «Me siento traicionado por los Estados Unidos y todos sus aliados. Los sandinistas, apoyados por la Unión Soviética, Cuba y los países del Este, claman por nuestra desmovilización para consolidarse eternamente en el poder. Nosotros nos negamos a dar pasos irreversibles a cambio de promesas reversibles». La «contra» es hoy un fantasmal Ejército cuya única salida honrosa, para muchos de sus miembros, sigue siendo la guerra. Muchos de sus hombres están vendiendo sus armas al mejor postor, por una cuarta parte de su precio real. No importa que sus clientes sean los guerrilleros salvadoreños del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que sus minas magnéticas Clymor, sus fusiles de asálto M-16 o los lanzacohetes RPG8 o RPG7 terminen en manos delos guerrilleros hondureños o guatemaltecos.

Todos estos grupos armados han encontrado un inesperado supermercado repleto de armas tan baratas como sofisticadas, atendido por guerrilleros «contra». «Yo vendí a un compañero intermediario -dice un joven combatiente encuadrado en uno de los batallones de Yamales- pero ahora me arrepiento porque esa arma vale la vida de un comando». Estos guerreros espectrales, envueltos por la niebla de la selva, solos, sin futuro ni demasiada capacidad para razonar por sí mismos, esperan un milagro que no llega.

Su lucha, sus diez mil muertos y sus contradictorios ideales han dejado de ser útiles. El legendario comandante «Franklin», de veintinueve años, jefe del Estado Mayor de la Resistencia Nicaragüense y considerado como el jefe más radical afirma a este periódico: «hemos estado representados por gente que ha estado dándose la buena vida en Miami mientras nosotros moríamos en Nicaragua. Lo que no se logró con todos los medios de los norteamericanos, se puede lograr ahora, con la convicción de cada hombre». Una luna roja cuelga sobre la selva. Desde los montes de Nicaragua, al otro lado de la frontera con Honduras, llegan los mensajes de la unidades militares de los «contras». Los heridos se desangran sin asistencia en las colinas. Los que regresen pueden encontrar un «santuario» en llamas.

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