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Antonio Molina y su carrera en el cine

Antonio Molina el actor tuvo una carrera corta y mediocre en el cine, compuesta por media docena de títulos a los que, con razón, suele negárseles importancia. Tal falta de aprecio se transmite al propio actor e incluso se diría que se le considera culpable de esa baja calidad, en cuanto que son vehículos concebidos para su lucimiento. Injusticia manifiesta: lo malo no era Antonio Molina, sino los propios vehículos que le hacían flaco servicio porque no hacían más que utilizar cómodamente su popularidad y su gancho con el público.

En realidad, no se sabe si Antonio Molina era un buen actor; sólo que ponía en su trabajo convicción, entusiasmo y desenvoltura. Es decir, mucho más de lo que ponían los directores y guionistas de la época, a cuyas órdenes actuó. Si Antonio Molina tiene un puesto en la historia del cine español, al margen del de fundador de una dinastía de actores (y no deja de ser revelador que sus hijos se hayan dedicado al cine en vez de a la canción), es como representante visible, pero no responsable, de un género muy mediocre, el folklórico.

Sus películas están dirigidas por los especialistas en el musical español: El pescador de coplas (1953) por Antonio del Amo; el creador de Joselito (el propio del Amo la califica de «una birria»); Esa voz es una mina (1955), por Luis Lucía, el especialista en niños cantantes como Marisol y Rocío Durcal; Malagueña (1955), por Ricardo Núñez, ya comoactor curtido en los géneros más convencionales; La hija de Juan Simón (1957), El Cristo de los Faroles (1957) y Café de Chinitas (1960), por Gonzalo Delgrás, el flamencólogo «oficial» de nuestro cine; Puente de coplas (1961), por Santos Alcocer, que poco antes había debutado con La novia de Juan Lucero , de Juanita Reina. Directores todos ellos que le ofrecieron melodramas sombríos, andalucismo tópico hasta el absurdo, relatos en los que las canciones eran meros añadidos, historias paternalistas y populistas que hacían triunfar al hombre humilde, espectáculos pobres en todos los sentidos.

Poco más podía hacer Antonio Molina que lo que se le pedía estrictamente, cantar, y ese poco lo hacía bien: daba a sus personajes de ficción, y de convencionalismo indisimulable, una autenticidad propia que le ha faltado a otras estrellas del género.

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