Dale a SEGUIR, para que siga poniendo series turcas 🔻

Madrid lleva su guerra

Madrid sigue siendo una ciudad de un millón de cadáveres, según el diagnóstico de Dámaso Alonso, solo que ahora se han tornado cadáveres electorales, gente que se levanta del sepulcro de su cotidianidad, de su oficina, de su enchufe (se llama «enchufe», porque lo tiene desde la postguerra, que es cuando se decía así), o de su pequeño renta o papel de viudas, para votar siempre continuismo, estabilidad, la vida sigue igual y Julio Iglesias. 

Este voto pasivo, un millón de cadáveres, ya digo, que se ha multiplicado desde cuando entonces, no va necesariamente a la derecha oficial y legítima, sino, como queda explicado, a todo lo que suponga quietismo, pasividad, renta fija, aunque modesta, interés simple, que el compuesto no lo entienden, y paga de navidad.

O sea, tanto a la derecha como a las zonas necrosadas de la izquierda, zonas más calcificadas del PSOE, como la bondadosidad de Felipe, la ternura recíproca de los americanos, el respeto al gran dinero y el desprecio a los decembrinos o lumpem de Nicorredondo, que para el censo comentado no son sino las «hordas» del frentepopulismo, la hidra soviética (aún no educada por la perestroika para hámster doméstico), y todo lo que explica el sólo topónimo «Vallecas», definido por Agustín de Foxá, conde de lo mismo, como «ciudad sagrada del marxismo». La multiplicación de este millón de cadáveres damasiano, que cada cuatro años (o antes si hubiera peligro de muerte, y qué miedo le tiene los muertos a la muerte), es lo que explica mejor que cualquir analisis el empate em Madrid.

Madrid es una ciudad galdosiana de mucho funcionario («covachuelista», se decía entonces), de mucho covachuelismo tecnologizado, pero que sigue con manguitos en el alma, y que tiene la zozobrante experiencia familiar de los entrantes y salientes, según el Gobierno de turno, son una clase que lleva a Cánovas y Sagasta en las gentes y que desciende de la pringada, orgullosa y hambreada heráldica de los paseantes en Cortes. Todo este gentío, multiplicado por las administraciones socialistas y por la simple demografía, ha ayudado tanto a Aznar como a lo más conservador de Felipe en la batalla de Madrid, y así quedan explicados los dos madriles, el que esta ciudad/Estado, como las del Adriático, quede hoy partida en mitades.

El voto de izquierda lo da, naturalmente, el proletariat. Franco, cuando convirtió Madrid en una ciudad industrial, por llevarle la contraria a Barcelona y a Galdos, no cayó, hombre, en que estaba cavando la tumba del fascismo, o sea su Cuelgamuros inverso, ya que hasta entonces no había aquí otra gran industria que las mínimas y entrañables fábricas de churros - o de patatas fritas, que se anunciaban a mano en cualquier chaflán de Argüelles o Cuatro caminos. Pasa que el proletariat, asímismo, divide el voto entre la izquierda/izquierda y lo más vivo y actual del socialismo, lo que aún queda de vigente y valiente en el cadáver exquisito del PSOE, más la esperanza de galvanizar ese cadáver. Y ya tenemos en claro el voto de izquierdas y establecida la simetría que explica este Madrid bifronte, este mónstruo de dos espaldas, este «marimacho de las uñas sucias», este poblachón manchego y azoriniano con rascacielos. Nos queda, en fin, la intelectualidad, la tan nombrada intelectualidad madrileña.

Aquí de las odaliscas filosofantes de la Moncloa, aquí de los Gramsci provincianos de Ferraz, aquí de los revolucionarios de colegio mayor, que pasaron sin gran dificultad fonética del SEU al PSOE, y los desencantados del 68, ácratas fondones, fourieristas de cuarto de estar, rijatas nostálgicos con jubilación de viejas lecturas: Marcuse, Reich, Paul Godman, Norman Brown y toda la izquierda festiva de San Francisco antes del terremoto, leídos en traducción de mi entrañable Salvador Pániker. Pensionistas del Marx joven, troskos alopécicos en zapatillas. Estas bolsas electorales de la crema de la intelectualidad se reparten así, a su vez: Felipe, Anguita, abstención. Y queda explicada, me parece, la guerra de Madrid. «Cautivo y desarmado el ejército rojo...».

Comentarios