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Diferentes formas de votar

Se dice con frecuencia, y sin el menor escándalo, que la gente vota con los pies. Un ejemplo reciente y espectacular lo tenemos en los alemanes que salen, a uña de caballo, de una Alemania para entrar en otra. (Hay, sin duda, otros ejemplos más patéticos, pero de éstos se habla poco o nada. 

Son los que ni siquiera pueden votar corriendo como es el caso del Timor Oriental, país olvidado del todo sino fuera por la visita, extraña visita, del Papa). Y existe, en general, el voto visceral. El voto visceral es un «contravoto» que se dirige contra alguien o contra todos. Pero, ciertamente, se podría seguir urgando hasta dar, en una disección anatómica precisa, con aquellos órganos que reflejen mejor los humores concretos del votante que más que dar el voto lo arroja. El páncreas y el corazón podrían ser dos zonas de prestigio.

De cualquier forma, una víscera que gozará de todos los favores en la encuesta sobre qué parte del cuerpo ha de ser fundamental votando, es el estómago. Naturalmente no es lo mismo un estómago vacío que un estómago lleno. Muchos estómagos vacíos ni siquiera pueden darse un paseo para ir a votar. Y los llenos o muy llenos, estarían, agradecidos, votando toda la vida. No es necesario referirse a otras partes del cuerpo porque el lector, siempre inteligente, puede ir ampliando las zonas y sus posibles significados.

Otra forma importante de votar, y que sería pecado despreciar -en contra de lo que mandarines y obsesos del voto digan- es «el silencio». No el silencio que ignora sino el silencio que niega. Vieja e importante distinción, que hay que sacar, no sea que se apolille, de la caja de los recuerdos. De la misma manera que la omisión, en Muchas ocasiones, es un verdadero acto (para bien o para mal: quiero no echa una mano al niño que se ahoga en un pozo, se aproxima en culpabilidad a quien lo haya tirado intencionadamente), el silenció del escéptico o del que prefiere la reflexión a la ciega acción o del que simplemente está harto de que su voto se convierta en cualquier cosa menos en lo que le interesa, es el ejercicio de una meditada y muy ciudadana acción. Las formas de voto son numerosas.

No vendría mal hacer un catálogo de ellas. Su taxonomía es tan variopinta y muestra con tanta concrección el rostro de la sociedad, que causa sorpresa contemplar que no ha hecho fortuna alguna especie de fisiognómica del voto. La fisiognómica clásica, aquella que creía descubrir en los rasgos del cuerpo la esencia más profunda del alma, ha sido sepultada a pesar de que alce la cabeza de vez en cuando. El lector no tardaría en señalarnos que nos hemos dejado la forma más importante de votar. Aquel voto que se hace -que se debería de hacer- con la cabeza. Podría añadir incluso que deber de todos aquellos que por sus dotes, posición o mayor disfrute de tiempo se dedican al análisis y valoración de las cosas que suceden en nuestro mundo, es el de recomendar a la gente que use la parte más noble y apropiada al caso; que use en suma, la sede de la sensatez que es la cabeza.

No está de más ese toque de atención. Es evidente que cualquier decisión humana ha de hacerse con la cabeza si por ello hemos de entender que las decisiones deben ser precedidas por la deliberación y la meditación. «No es lo mismo», y es un ejemplo relevante, 'abuna mayoría absoluta que una mayoría relativa». Y para llegar a la conclusión hace falta cabeza. Hasta aquí de acuerdo. El desacuerdo comienza cuando se supone que votar con la cabeza es sinónimo de votar como «buen ciudadano», o como una «persona responsable» o como un «adulto» o como Dios sabe qué. Porque esas analogías ya no dicen nada -probablemente no lo dijeron nunca-. Y porque cuando la situación real es, en sí misma, bastante absurda, votar desde la perspectiva que brota de ese absurdo es colaborar la perpetuación del absurdo.

Puede ser más inteligente (que en eso, por cierto, consiste votar con la cabeza) no votar o votar lo inesperado o cuestionar cínicamente el voto o tener la valentía de no ceder a los tópicos oficiales, etc. En tiempo de elecciones no sólo habría que decir a quién hay que votar (o a quién no hay que votar como lo han hecho los obispos vascos de forma un tanto paradójica puesto que podrían haber incluido entre los no votables a todos aquellos partidos políticos que chocan con sus principios y que son, desde luego, más de uno) sino preguntarse, antes de nada, si sirve para algo la democracia. Como la democracia ha de servir para algo -incluso para mucho- mejor que votar con alguna parte del cuerpo es prevotar; es decir, mirar por encima de la votación y empezar a crear condiciones para que el voto no sea un ejercicio sobre las partes del cuerpo.

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