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Sobre la sabiduría y la suerte

No son tan distintos, bien mirado, el Madrid y el Atleti. Este año están compartiendo algunas peculiaridades de relevancia nacional. Toshack y Clemente, junto con Cruyff, se han erigido en los máximos paladines del «sistema», esa entidad supraindividual y coactiva que vigila desde el cielo con su ojo de vidrio y empuña en sus manos un látigo y una plomada. Claro, que el de Toshack propende a la excentricidad, mientras que el de Clemente es reo de intransigencia.

Ambos, sin embargo, tienden al estrangulamiento de la agudeza y a conceptuar la victoria como una fruta salobre. Los dos entrenadores son charlatanes, aunque la facundia de Toshack es centrípeta y selectiva, y la de Clemente suele ser, a pesar de rapapolvos internos, exógena e iconoclasta. El galés censura, y el vasco acusa. Toshack emplea la fusta, y Clemente el lanzallamas. En lo que ambos se diferencian más es en sus respectivos presidentes. Mendoza ejerce de mordaza, y Gil de caja de resonancia. El uno controla los excesos, y el otro los atiza.

El mayor parecido del Madrid y el Atleti se daba en este partido. Compañeros de desventuras europeas, se asomaban del brazo al abismo, en una suerte de solidaridad entre contrarios. ¿Y qué parecido más estricto que el que experimenta el verdugo al mirarse en los ojos de la víctima? Y al revés. Pero, al final, cada uno se parece a su historia, - y lo que semejan similitudes resulta la diferencia definitiva. Lo que ha eliminado al Atleti es su fidelidad a un destino desnaturalizado. Lo que ha dado la victoria al Madrid es su reflejo en un ojo dorado. Demasiadas veces en los enfrentamientos entre ambos, los méritos no han servido más que para negarse a sí mismos su condición de guía y su aspiración de juez. El Atleti acataría los vaivenes de la fortuna si alguna vez lo favorecieran, sobre todo en sus enfrentamientos con quien no puede ser más que enemigo, dado el favoritismo pertinaz con que lo distinguen los astros. Pero es que la suerte no parece ser para los rojiblancos una hija bastarda del azar, sino de un dirigismo superior e intolerante.

El Madrid parece atraerla más que merecerla. Es un equipo imantado que salta al campo con una dosis de confianza que se nutre en parte de la que, con igual derecho, le correspondería al adversario. En ese sentido, su superioridad tiene tanto de innata como de adquirida, tanto de merecida como de usurpada.

Y esa característica se muestra especialmente decisoria en el caso de sus choques con el Atlético. Pero no toda la supremacía madridista es consecuencia de un esoterismo más o menos adicto. En los blancos hay tanta carga de sabiduría como de magnetismo. Y esa sapiencia la encarna, hasta representar con ella al equipo, Hugo Sánchez. El mexicano es la bomba que viene del cielo, la carga de profundidad y la trampa que se abre en el suelo. Esparce metralla y destila veneno. Con él en sus filas, el Madrid está a salvo de lo contingente y afiliado a lo consustancial. Que su procedencia sea el Atleti es para éste la definitiva justificación para su ira y su llanto.

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