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La quinta del buitre

Fue el último en llegar y será el primero en marcharse... a Italia. Fue el indiscutible número uno, pero hace más de un año que no levanta cabeza. Iba para líder de rompe y rasga, ahora amenaza con convertirse en «jefecillo» de una parte de la banda. En un determinado momento estaba clarísimo que lo suyo era la ópera del fútbol, en plan Plácido o Luciano, pero le dio por la canción protesta.

Y es que el desencanto, mutuo, en el Madrid, tiene un nombre. Michel tiene tres características esenciales. Una: es material sensible, elemento humano de primera clase. Dos: hace tiempo que está instalado, sistemáticamente, en el error. Tres: su desquiciamiento influye negativamente en su juego. Michel y Butragueño eran dos vidas paralelas, pero ahora representan dos actitudes contrapuestas. Así, mientras que Emilio demuestra una madurez palpable, parece como si Michel hubiera vuelto a la adolescencia, con todas las contradicciones inherentes a la misma.

Butragueño demuestra ser muy listo, ecuánime, ponderado, señorial. Michel peca de inmaduro, de obcecado, de visceral. Es curioso que mientras que mientras Emilio está acertado en casi todo, en cuanto a presencia pública, Michel se equivoca. El «pegamento» que mantenía unida a la Quinta del Buitre, la Copa de Europa, se ha evaporado. Ya no hay fuerza humana, ni siquiera la del complaciente Mendoza, que sea capaz de seguir con la unidad. La Quinta se fragmentará por su parte más débil, Michel, que hace tiempo que tiene el «coco» completamente comido. El mismo ha reconocido que quiere marcharse. Si las cosas ruedan bien, al Milán (podría. ser el sustituto de otro «rebelde sin causa», como es Rijkaard) y si ruedan mal al Udinese, club en el que milita su padre espiritual futbolístico, Ricardo Gallego.

Aunque lo del Udinese no se lo cree ni él. La última eliminatoria europea demuestra a lo que ha llegado Michel, si bien sería injusto cebarse en él, porque otros -como Hugo Sánchez- también agacharon la cabeza en San Siro, y , estuvieron mal en el Bernabéu. En el estadio madridista, y cuando era estrictamente necesario el concurso de jugadores inteligentes y fríos para romper el «offside» italiano, Michel se dedicó más a protestar que a jugar al fútbol, a buscar camorra con los italianos que a intentar superar a Maldini. El Real no se puede permitir esto.

Michel está, hoy por hoy, harto de todo y de todos. Está harto de la prensa, del público, de Toshack, de Schuster, de Hugo, de Buyo y del «sursum torda». Michel está harto de seguir en el Real Madrid y tiene una envidia enorme, aunque no maligna, de Butragueño, al que considera un protegido. Michel no quiere quedarse en el Portal de Belén. De máximo creyente entre los blancos ha pasado al escepticismo agnóstico. Su excesiva fe no le ha salvado, sino que le ha defraudado. Viendo extraños fantasmas, quiere huir a Egipto, al «calcio», para salvarse de no sabemose qué extraña degollina. Pero hay algo que no sabe, que el principal Herodes de Michel es Michel, o sea, él mismo.

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