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La mujer es muy enamoradiza

También ese yo mental cambia el metabolismo del hombre, lo prepara, lo llena de fluídos, para albergar ese movimiento imposible que implica enamorarse. Al fin, esa labor minuciosa y sabia del pensamiento abstracto, y entonces éste se va, deja aquello funcionando sin su asistencia técnica, y, naturalmente, suele convertirse (lo que era majestuosa catedral de la vida interior) en la Torre de Babel de Brueghel el Viejo, esto, en caos. 

También este amor de Don Juan tiene parecida explicación en la «Kundalini» de la India: «El despertar de la "kundalini" provoca un calor extremadamente intenso y su paso a través de los "cakra" (lugares donde están, en forma latente, la energía cósmica y divina) se manifiesta por el hecho de que la parte inferior del cuerpo se toma inherte y helada como un cadáver, mientras que la parte atravesada por la "kundalini" está ardiente». Sí, Don Juan se ha enamorado, ha sentido ese furor, ese fervor, ese cataclismo etéreo, desgarrado y bello que opera en las profundidades de la masculinidad.

Ahora, o después, Don Juan empieza su navegación. Le queda la kundalini, o se le va desmoronando la torre de Babel. Fuerzas inconscientes, quizá colectivas, le han construido ese amor, le han convertido en un hombre especial, que tiene, ante todo, la imperiosa necesidad de actuar, de hacer algo. Pues lo difícil, lo intrincado, lo terrible del amor no es sentirlo, sí qué hacer con él. Este hombre atónito, un poco perdido, un mucho inconsciente, que apenas ha reflexionado sobre sí y sobre el mundo, se encuentra con los tejidos misteriosos de la mujer.

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