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A la Juve no se toca

Mucho antes de exigir a Moscú un comunismo para cada país, Palmiro Togliatti, el histórico secretario general del Partido Comunista Italiano, ya había hecho otra importante declaración de principios cuando le sacaron a relucir la contradicción de que un comunista fuese «tifossi» del equipo del capitalista Agnelli: «La política es la política y el fútbol es el fútbol; no me toques a la Juve, compañero». Nilda Joti, presidenta del Parlamento italiano y compañera sentimental de Togliatti contaba una anécdota del político: cuando el Real Madrid pentaeuropeo fue a jugar un amistoso a Turin, el partido comunista inundó la ciudad de pasquines pidiendo a la gente no fuese al estadio a ver jugar a un equipo fascista.

Palmiro, que tenía unas ganas locas de ver jugar a Di Stefano, montó en santa cólera cuando se enteró en Roma de que su ilusión podía irse al garete y, haciendo buen uso del centralismo democrático, les dijo a los de la sección comunista en Turín que, como por su culpa no hubiese partido, podían darse todos por destituidos, oído lo cual los de la ejecutiva anduvieron de cráneo toda la noche dejándose las uñas en el arranque de pasquines. Grandes años los de la Juve. La Vieja Señora que entrena en unos destartalados campos de tierra batida circundados de alambradas herrumbrosas y horizonte de chimenas y nubes que, a vuelo rasante, ametrallan con «smog».

Allí he visto yo sudar, abrazado a «tifossis» sollozantes, a la vieja guardia del Mundial de España y de la tragedia de Heysel: el Zoff caballeroso, el Rossi chupagoles, el Scirea muerto hace poco tiempo en accidente de automóvil, el bello Cabrini, el pulmón Tardelli, el mago Platini, el finísimo Bettega... aún entrenados por el elegante Trapattoni que un año después ya haría al Inter de Milán campeón. La Italia rica del Norte ha dominado siempre sobre el fútbol de la Italia pobre del sur. Salvo la irrupción del Nápoles del gran año de Maradona o la temporada en el que el rubio Falcao hizo campeón a la Roma, entre la Fiorentina de los años cincuenta y la Juve, el Inter y el Milán de siempre se han repartido el «scudetto».

Este año, el Napolés del sur y el Milán del norte, la Italia pobre y la Italia rica ("!Forza, Vesubio!», se pintó en las paredes de Milán cuando la erupción del volcán, cual si el Vesubio fuese un bravo delantero rompedor de la defensa del Napóles) repiten la historia con un Inter que se descuelga y una Juve que en plena crisis ve como el fiel Boniperti hace las maletas y el patrón Agnelli se hace cargo personalmente de la remodelación del equipo. Dicen que es la mejor Liga del mundo e indiscutiblemente no hay en el mundo una con tantas estrellas, aunque en muchos casos los astros se devaluen en un juego defensivo, que aburre hasta al más fiel de sus seguidores.

La Liga ya cabe vaticinar que es cosa de dos: la máquina holandesa del Milan-Berlusconi, el engranaje más perfecto del actual fútbol europeo, frente al Nápoles del dúo Maradona-Careca, apoyado por San Genaro, dando espectáculo y polémica. Habrá que esperar al año que viene para ver si el Trapattoni que renueva por el Inter es capaz de volver a armar un gran equipo con la legión alemana y si el patrón Agnelli es capaz de encontrar algo de calidad en un mercado en el que hay mucha gente que toca bien la pelota pero muy poca que sea capaz de pasar el listón que separa a un buen jugador de un jugador excepcional. Palmiro seguro que aplaudiría el golpe de timón autoritario de Agnelli.

Una cosa son las huelgas que el PCI puede montar en la FIAT contra un capital que no da explicaciones a los obreros y otra distinta es la necesidad de mano dura para que el equipo recupere la gloria perdida. Nilda Jotti me contó también que una mañana en la que se reunía el comité central del PCI tras una jornada historica del Milán, Palmiro le preguntó al duro e histórico Pietro Ingrao: ¿Qué se dice en la calle del partido del Milán? Ni idea. - ¿Y cómo aspiras a ser un dirigente de masas si no sabes lo que hace el Milán? Lo oye Berlusconi, y llora.

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