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Los kurdos también tienen sus problemas

La democracia llega hasta donde llega el petróleo. Todos los campeones de la democracia, desde Bush a González, se dieron media vuelta en cuanto liberaron los pozos de Kuwait. Lo que ahora está haciendo Sadam Husein (el mismo tirano) con los kurdos, eso parece que constatan que no les afecta. Los kurdos, encapuchados y huidos, raza derribada, sangre aniquilada, sólo han recibido una cortés asistencia humanitaria de las democracias occidentales. 

El secretario de Estado norteamericano, James Baker, ha empezado en Turquía una gira por Oriente Medio y se ha llegado hasta la frontera para observar objetivamente, altruistamente, el curioso caso humano y la vida/muerte de los miles de refugiados kurdos que huyen hacia Irán y Turquía cruzando las aduanas negras del hambre y el frío. Los kurdos están siendo atacados con armas químicas. Su éxodo hacia la nada es observado, ya digo, con imparcialidad científica por los occidentales, como una contienda entre hormigas. Occidente ha aplicado su lupa un momento y nada más. Sólo el Papa ha hecho un llamamiento al mundo. 

Ni la ONU ni EEUU ni Gran Bretaña ni España ni ninguno de los campeones de la democracia internacional y la libertad sobre la tierra tienen nada que decir sobre el asunto. Esto sí que parece que es un asunto interno y un conflicto local. Husein es el mismo monstruo caliente a destruir que hace unos meses se nos explicaba mediante la imagen de Hitler. Husein es el mismo, sí, y ahora está incurriendo en un genocidio clamoroso, pero los kurdos no tienen petróleo, lo que en nuestro tiempo significa que no tienen identidad histórica, no existen, no cuentan, no son el Estado convencional que es Kuwait. 

Del contraste entre ambos conatos, entre las Cruzadas por Kuwait y la curiosidad displicente por los kurdos, se deduce lo artificioso y mentido de aquel fervor democrático, universal y redentorista que no había entrado a todos. La lección final de aquella guerra la estamos obteniendo ahora. Quienes se levantaban todos los días indignados contra Sadam como si fuera el vecino del quinto, quienes vivieron lo del Pérsico como un caso personal, ahora se limitan a hojear desganadamente los periódicos que cuentan esta nueva tragedia. Hemos perdido toda urgencia por eliminar a Sadam de la faz de la tierra, del padrón de la humanidad. Esto de los kurdos es mucho lío y más vale dejarlo. 

Bush se limita a mandar educados observadores y González aún no ha tenido tiempo, hombre, entre vacaciones y terapéuticas, de pronunciarse sobre el caso. La gran ordalía democrática de hace pocos meses no ha dejado rastro en los bolsillos forrados de nuestra conciencia de campeones de la libertad y de la cosa. La democracia, ya digo, ajusta sus mapas a los del petróleo, y más allá principian la tierra incógnita, las tinieblas exteriores y los conflictos locales. De eso ya no podemos ocuparnos, que es que tampoco se puede estar en todo, coño. Husein ha dejado de ser ese cruce de Hitler y Satanás que Occidente quería exorcizar. 

El sol de este fin de siglo es el petróleo, o sea el sol que más calienta. El holocausto kurdo sí que nos permite ahora recordar el holocausto judío, pero la gente es que anda muy a sus cosas, hombre, y a Pérez de Cuéllar no le ha pegado ningún telefonazo Bush para que plantee el tema al más alto nivel ético internacional. Ahora es cuando somos todos culpables de los pecados de Husein, pero ya habíamos purgado nuestro corazón en la Cruzada a los Santos Lugares del Petróleo. El enemigo planetario de ayer, el tío de la boina, ocurre que sigue ahí matando gente, pero ya le hemos perdonado. Desde Grecia hasta hoy la democracia se ha extendido algo, pero no más allá de las rutas del petróleo. Como hubiera dicho Galbraith, a lo mejor es que los kurdos sólo cultivan tapioca.

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