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El pueblo contra la democracia

Con este título, un tanto escandaloso, acaba de publicar un interesante ensayo el hispanista francés Guy Hermet. El resumen de su tesis es muy simple. A escala mundial tan sólo un puñado de pueblos gozan del privilegio de tener regímenes democráticos. Pero entre ellos no se han contado las que hipócritamente se han llamado «democracias reales, acusadas de no ser en el fondo otra cosa que la remodelación del eterno dominio de los gobernantes sobre los gobernados». 

Pero el escándalo no se cifra aquí. La pregunta que se hace Hermet es escalofriante, o sea: ¿y si hubiera que invertir las cosas? ¿Si los defectos de la democracia no se sitúan tanto en la cima del poder democrático cuando más bien en su base popular? Estos pueblos, mimados por los dirigentes que los lisonjean ¿tienen realmente sentido democrático? ¿No ha actuado demasiadas veces el pueblo contra la democracia, la tolerancia, la libertad y el sentimiento de responsabilidad? ¿No ha apelado, con sus votos, a dictadores? Realmente el furor de las turbas «revolucionarias», que ahorcaban a los aristócratas y aterrorizaban a los burgueses, ha hecho dudar en su momento de la virtud política de las masas. Los mismos filántropos que animaron y estimularon los comienzos de la explosión democrática llegaron a comprobar -casi siempre más tarde de la cuenta- que no era el pueblo el que elegía a sus representantes, sino que más bien éstos se hacían elegir por aquél.


Como buenos aprendices de brujo se relajaron al constatar que ya no había motivos para tenerle miedo al pueblo. Y así el mismo Marx y sus continuadores denunciaron la hipocresía de las elecciones que no hacían más que secuestrar y confiscar la voluntad popular. Todo esto demuestra que los aires de libertad que aparentemente implica la democracia no son auténticos, sino puramente formales. 

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