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El comunismo de Carrillo

Ahora que Carrillo y Dolores han vuelto a saludarse en una cita final, se le viene a uno a la memoria, hombre, aquel eurocomunismo de los 70/80, que Santiago presentó en el Club XXI/Segrelles, Siglo/Paloma, ante eurocomunistas recién bautizados, entre la tonsura joven de quienes - ay - creíamos en eso, y el viejo politburó madrileño, Bardem, López Salinas y todos ellos, más una izquierda de oro y un atardecido mar de pamelas y nuevas «marquesas de la República», las mismas pamelas que habían volado en el viento dialéctico de Ortega, de Marías y de Zubiri.

O sea que el eurocomunismo, el invento lo tomamos aquí como una moda atrevida y ligth (en seguida vendría la postmodernidad), pero Dolores siempre entendió/atendió a Carrillo en este giro histórico, y luego formaron trío con Berlinguer en la plaza de las Ventas, una santísima trinidad cuyo nuevo testamento era Eurocomunismo y Estado, de Carrillo, ahí estaba todo. Todo lo que está pasando ahora del muro para arriba, quiero decir. 

Ese libro estuvo de moda, pero casi nadie lo leyó, porque un libro no puede pretender ambas cosas: estar de moda y ser leído. De modo que todos fuimos eurocomunistas de oído y ocurre que Carrillo, el niño malo de Moscú (de donde tuvo que abrirse rápido, por explicar aquellas cosas), estaba anticipándose en diez o quince años a la perestroika, Gorbachov, la caída del muro, la verbena pasimisí/pasimisá de los que entran y salen, la caída sin grandeza de la Gerontocracia y la Nomenklatura, la socialdemocratización de la URSS, los nacionalismos y la Virgen. 

La virgen era Dolores y Carrillo su profeta. Por ahí anda, perdido y esquinado, el único profeta del siglo, un profeta que fuma rubio largo y se limpia mucho los zapatos. La otra tarde me lo decía el gran pintor Pepe Díaz, revolviendo entre sus cuadros: - Santiago se ha pasado la vida haciendo cosas raras, pero luego resulta que viene la Historia y le da la razón. Porque aquel eurocomunismo no era una fórmula transicional, una moda ad/lib para la temporada política, sino un proyecto universal de desbloqueo bélico y político. ¿Por qué no se hacen ahora nuevas y grandes tiradas de aquel libro eurocomunista, aunque no le hayan dado el Nobel?

Lo que Carrillo llamó eurocomunismo, en ruso se dice perestroika, pero los profetas, aquí como en el Antiguo Testamento, suelen acabar anacoretizados, olvidados o perseguidos. El premio Nobel, decía yo. ¿Por qué no le dan el de la Paz a Gorbachov, que algún mérito más reúne que el bondadoso/ominoso señor Kissinger? Verán ustedes como no. Aquel eurocomunismo de entonces fué un hallazgo sencillo, mágico y tripartito, o quizá unigénito, como la teoría de la relatividad o la ley de la gravitación. La fórmula inencontrable y encontrada de redimir al Soviet Supremo, rehén de sí mismo y de la memoria de Stalin. Yo no sé si Gorbachov ha leído Eurocomunismo y Estado, pero tampoco hace falta. 

Y digo que tampoco hace falta, porque el otro libro, el de la Historia, se está escribiendo siempre a sí mismo, y ahora ha llegado al capítulo final del estalinismo sociológico o postestalinismo, y es la fuerza de las cosas (la realidad siempre desmiente a sus teóricos) lo que está moviendo a Gorbachov y a los germanorientales, que están haciendo sin saberlo lo que escribiera el político español hace una generación. Que resulta que el chico malo de Moscú las veía venir, oyes, aunque sus varas y sus jubilaciones le ha costado, sus segregaciones de apestado y sus leproserías ideológicas. El eurocomunismo muere en Europa con la muerte de Berlinguer y en España se disipa como un glamour intermedio de la postmodernidad y la minifalda, pero se está haciendo desde Moscú con etiqueta roja. Santiago me lo dijo una vez: «Semprún y Pradera ya pensaban algo de esto, y por eso se me fueron. Ahora que lo estoy haciendo ¿por qué no vuelven?».

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