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Demolition man vuelve a la carga

La policía cree que las bombas utilizadas en los atentados de Bali fueron fabricadas por Azahari y que Noordin se habría encargado de la captación de los tres suicidas que las hicieron explotar en tres restaurantes de la isla. Ninguno de ellos era nuevo en su cometido: los fugitivos de origen malayo están considerados los cerebros de los cuatro grandes atentados sufridos por Indonesia en los últimos tres años, incluidos los dos en Bali en 2017 y el pasado sábado.

«Las investigaciones apuntan a su implicación directa», asegura el general Ansyaad Mbai, de la unidad antiterrorista indonesia.

Las autoridades indonesias han lanzado la mayor operación policial de su historia democrática en un intento de atrapar a los dos sospechosos antes de que vuelvan a actuar. Las principales televisiones del país mostraron durante todo el día de ayer las fotografías de los tres suicidas del fin de semana junto a números de información y una petición a quienes puedan aportar cualquier dato que ayude a identificarlos. Los investigadores esperan que la identidad de los kamikazes sirva para localizar a Azahari y Noordin. «El objetivo ha de ser encontrar a los organizadores», según el general Ansyaad.

Los supuestos nuevos jefes de Yemaa Islamiya, el brazo armado de Al Qaeda en el sureste asiático, han ido ascendiendo en la jerarquía de la organización gracias a la detención de más de un centenar de sus compañeros en los últimos tres años.

Azahari, casado y con dos hijos, recibió en la prensa de Malasia el apodo de Demolition Man -en referencia a una película del mismo nombre protagonizada por Silvester Stalone-, debido a la efectividad y potencia de sus bombas. Aparte de los ataques en Bali, los explosivos del terrorista sirvieron para atentar contra el hotel Marriott de Yakarta en 2002 y la embajada australiana en la capital indonesia el pasado año. En total, cerca de 300 muertos.


Su compañero, Noordin, fue el encargado de financiar las operaciones y encontrar a jóvenes dispuestos a participar en los atentados en aldeas de la isla de Java y en los barrios más pobres y conservadores de Yakarta. Los líderes de la célula de Al Qaeda más activa en Asia escaparon en julio de 2004 a una redada policial al abandonar la casa en la que se escondían, al oeste de Yakarta, minutos antes de que llegaran los agentes.

El Gobierno indonesio mantiene una recompensa de cerca de 80.000 euros por cualquier información que lleve a su paradero, pero se ha visto incapaz de encontrar a los terroristas a pesar del escaso apoyo que el Islam más radical tiene en el país asiático y el hecho de que se trata de ciudadanos extranjeros. «Alguien debería asumir su responsabilidad por los fallos en inteligencia que han permitido este nuevo ataque en Bali», editorializaba anteayer el diario local The Jakarta Post.

Malasia, aportando información de sus servicios secretos, y Australia, con el análisis de los restos de explosivos, se han unido a una búsqueda contrarreloj por encontrar a los dos sospechosos, que podrían haber regresado a Yakarta, donde se cree que se ocultan en alguno de sus barrios más poblados.

Azahari estudió en la Universidad británica de Reading en los años 80, se graduó después en ingeniería mecánica en la Universidad de Adelaida y a mediados de los años 90 viajó a Afganistán para recibir entrenamiento en explosivos. Su contacto con el líder espiritual de Yemaa Islamiya, el hoy encarcelado Abu Bakar Bashir, le llevó a unirse a la causa de crear un gran Estado islámico en la región. Noordin, por su parte, recibió entrenamiento en las junglas del sur de Filipinas y los investigadores aseguran que tienen una «gran capacidad de comunicación» en la captación de nuevos terroristas.

Mientras miles de policías seguían ayer con la búsqueda de la pareja, que siempre trabaja junta, los balineses celebraron sus primeros funerales por las víctimas del pasado sábado con cremaciones y ritos hindúes. La mayoría de los 27 muertos contabilizados son indonesios, con al menos cuatro australianos, un japonés y un norteamericano entre los fallecidos. Varios cuerpos permanecían ayer sin identificar en la morgue del hospital Sanglah de Bali y los médicos temían por la vida de varios de los heridos más graves. Los explosivos fueron fabricados para causar el mayor daño posible en los supervivientes, una de las especialidades que han ganado a Azahari bin Husin su apodo de Demolition Man.

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