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Un viaje a Silicon Valley

Al recorrer Karnataka, uno tiene la impresión de que todos los jóvenes indios quieren ser ingenieros. Los institutos de tecnología inundan este estado sureño y aparecen incluso en las localidades más remotas. Como si de un ejército se tratara, cientos de miles de jóvenes se gradúan cada año, animados por el boom tecnológico que está transformando un país en el que millones de personas viven en la extrema pobreza. El corazón de esta revolución late en la cosmopolita Bangalore, bautizada como el Silicon Valley indio. 

Aunque la comparación con el Valle del Silicio californiano resulta exagerada -EEUU sigue siendo el líder indiscutible en innovación-, las principales compañías del sector de las Tecnologías de la Información (TI) se han rendido al buen hacer de sus ingenieros y se han trasladado a la Ciudad de la Electrónica, levantada a las afueras de Bangalore. Las multinacionales indias Wipro (liderada por Azim Premji, el Bill Gates nacional) e Infosys (fundada por Narayana Muthy) se codean sin complejos con gigantes como Nokia, HP, IBM, AOL, Ericsson, LG, Siemens o Motorola, que compiten para reclutar a los mejores ingenieros. 

La gran base de profesionales cualificados que dominan el inglés, los competitivos precios y el enorme mercado interno, con una emergente clase media a la que se incorporan 40 millones de personas cada año, ha animado a muchas empresas del sector a dar el salto. India crece a un ritmo de un 8% y la inversión extranjera directa ha alcanzado los 15.000 millones de dólares, según un informe de la Oficina Comercial de la embajada de España en Mumbai. 

Pero el milagro indio no se ha dado de la noche a la mañana. Ya en los años 80 el Gobierno comenzó a permitir la entrada de compañías privadas para la fabricación de equipos. En la década siguiente promulgó leyes como la National Telecom Policy (1994 y 1999), y con la liberalización de su economía, pudieron ofrecer servicios. 

Bangalore es el mejor reflejo de esta transformación. En apenas 25 años ha pasado de ser una localidad eminentemente rural a una urbe que acoge ya a más de ocho millones de personas. Su vertiginoso crecimiento no ha sido precisamente ordenado. Los atascos de tráfico y sus niveles de contaminación tienen poco que envidiar a los de Delhi. La falta de infraestructuras no está siendo un obstáculo para que las empresas extranjeras trasladen sus fábricas a Bangalore, pero sí ha llevado a muchas de ellas a organizar sus propios sistemas de abastecimiento y transporte para asegurarse el suministro de energía y trasladar a sus empleados. Aunque cuenta con un nuevo aeropuerto, el mal estado de las carreteras obliga, por ejemplo, a invertir más de tres horas en recorrer los 120 kilómetros que la separan de Mysore, la segunda ciudad de Karnataka, famosa por su palacio del maharajá. 

El espíritu internacional que se respira en Bangalore, consolidada como uno de los principales centros mundiales de la electrónica, se refleja en su animada vida nocturna y en su gran oferta de restaurantes dirigidos a sus adinerados habitantes. Aquí aún no hay Starbucks pero sí Café Coffee Day, una cadena de cafeterías en las que jóvenes vestidos al estilo occidental pasan horas conectados a internet y en las que los muffins y los cafés italianos conviven con naturalidad con las samosas (empanadillas indias). 

El consultor y emprendedor Pradeep Bhargava, que desde las consultorías Pangea21 e Indavant asesora a compañías españolas que invierten en el subcontinente, destaca la disposición de los indios a trabajar en otros países. Bhargava, casado con una española, subraya las enormes diferencias que hay en la formación del más de medio millón de titulados que cada año sale de las escuelas de ingeniería. Según un informe de la Observer Research Foundation, sólo un 1% realiza estudios de posgrado (frente al 9% de EEUU). Las universidades más prestigiosas, además, son extremadamente selectivas (sólo admiten, de media, a un 3% de los solicitantes). Los profesionales más demandados han completado su formación técnica con estudios en reputadas escuelas de negocios. 

Médico e ingeniero son las profesiones mejor valoradas en un país en el que un tercio de la población, que ya ha superado los 1.200 millones, es analfabeta. «Existe una gran presión en los jóvenes para que se matriculen en carreras que les permitan tener un trabajo muy bien remunerado, con independencia de sus aspiraciones personales, así que la mayoría opta por estudiar ingeniería», apunta Karthik Notada, jefe de proyectos de la delegación de la compañía NTT DATA en Reino Unido. Este ingeniero de 30 años estudió en el prestigioso Instituto de Siddaganga y, como muchos de sus colegas, planea regresar en unos años. En la plantilla de su empresa hay unos 1.000 indios trabajando fuera de su país. El vicepresidente de NTT DATA, Venkatesh Mugalvalli, coincide en que «para la mayoría de las familias de clase baja o media la única forma de escalar socialmente es conseguir una buena educación». Mugalvalli cree que, además de por su dominio del inglés, los ingenieros indios están bien valorados a nivel internacional porque «suelen trabajar duro, como la mayoría de los inmigrantes, y se les da bien hacerlo con recursos limitados». 

Pradeep Bhargava utiliza el término jugad (algo así como una solución barata, eficaz e ingeniosa) para resumir la clave del crecimiento del subcontinente: «En la base de la pirámide hay millones de personas con muchas necesidades que no se cubren. En Occidente persiste la idea de hacer cosas grandes. Pero si logras posicionarte en ese mercado que requiere soluciones sencillas y baratas, hay un mercado enorme». 

Los servicios de telefonía móvil, por ejemplo, han cambiado la vida a millones de habitantes de zonas rurales, que con un terminal sencillo pueden realizar numerosas gestiones sin desplazarse. En marzo de 2011 había 35 millones de líneas de telefonía fija frente a los 791 millones de móviles, lo que a nivel mundial lo convierte en el segundo mercado, detrás de China. Bhargava advierte, sin embargo, que «la burocracia es compleja y la cultura, muy diferente», por lo que recomienda a los inversores españoles «cambiar el chip». «No es un mercado fácil pero hay que estar allí por estrategia». 

Elisa Robles, directora general del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), cree que el mercado indio se ha convertido «en una posibilidad muy atractiva para las empresas innovadoras españolas». Robles recuerda que ya en 2005 «el Gobierno español declaró a India país prioritario para establecer acuerdos en materia tecnológica», una iniciativa que se ha materializado en ocho proyectos de cooperación. 

Desde 1998 Jokin Garatea ha asesorado a decenas de empresas de toda España: «Desde que empezamos, en Bangalore, India ha cambiado mucho más que nosotros», señala el director de internacionalización de GAIA, la asociación de empresas tecnológicas del País Vasco: «Antes estaban muy orientados a trabajar con estadounidenses, en proyectos con gran financiación que generaban beneficios a corto plazo. Para la pyme europea era complicado encontrar profesionales interesados en el medio plazo». 

Garatea describe a los indios como «abiertos, cumplidores y flexibles y, por su proximidad con la cultura de EEUU, en general respetan la propiedad intelectual». Además, no es difícil encontrar buenos profesionales: «Antes cobraban menos, pero los sueldos ya se han equiparado con los nuestros». Pese a las ventajas, admite que las diferencias culturales son grandes, así que ve necesario no ir con mentalidad occidental: «El que mejor se adapta es el que gana», recomienda.

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