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Marilyn el mito que no muere

Marilyn se dejó la vida en la cuneta de su habitación el cinco de agosto de 1962. Lo hizo a escondidas y triste, enredada en las sábanas y por supuesto desnuda, como mandan los cánones de los dioses, sobre todo los griegos. A las 4.25 de la madrugada, hora maldita en la que un policía encontró su cadáver, un planeta sediento de altares y rubias encontró un nuevo fantasma al que adorar.

De nada importan ya los misterios que embalsamaron esa noche, o si John o Robert o quién sabe qué Kennedy pasaron por su cama antes del the end más cacareado de todos los tiempos, o si en la agonía de los barbitúricos Monroe descolgó el teléfono para hacer una llamada que nunca llegó.

De nada importan los desplantes de la actriz a los grandes estudios, los constantes retrasos y los remilgos de diva, las 56 tomas para decir '¿dónde está el bourbon?' en los infiernos del set de Con faldas y a lo loco, la violación del padrastro, el trajín de orfanatos y maridos, sus trastornos mentales, su paso sin pena, y también sin mucha gloria, por el Actor's Studio, sus espasmos de rubia y sus fobias de tonta. Lo que importa a estas alturas del cuento es, simplemente, que es Marilyn. A secas. Y no hay más que hablar.

Porque han pasado los años, tantos como 50, y Norma Jean no ha dejado un sólo día de dar puntadas a su leyenda. Con una ventaja: lleva tanto tiempo muerta que ya no puede cometer errores. Para entender este fenómeno conviene echar mano de algunas cifras: Monroe dejó tras sus tacones un total de 33 películas, decenas de hombres que cabalgaron por la aritmética precisa y peligrosa de sus curvas, más de 500 biografías que desmenuzan cada centímetro de su vida y de su piel, un retrato de Warhol que, igualito que la lata de sopas Campbell, toma el pulso de la iconografía pop... Y la marilynmanía sigue creciendo.

Para redondear los fastos del aniversario de su fallecimiento, Hollywood ha dado la penúltima vuelta de tuerca a tanto mito. En noviembre estrenó Mi semana con Marilyn, una película que repasa los últimos días en la vida de la actriz y que protagoniza Esther Williams -viuda del también desaparecido Heath Ledger, para que no digan que los mitos viajan solos-. Aunque aun tardará algunos meses en llegar a España, el público y la crítica norteamericanos siguen sin aliento por culpa del escalofriante parecido de Williams con la Norma Jean de carne y hueso. Si es que alguna vez Norma Jean fue real.

El repaso desamparado por la chica más hermosa de todos los calendarios se detiene, también, en el libro Marilyn Monroe: fragmentos, que recopila textos inéditos escritos por ella misma entre 1943 y 1962. A saber: poemas y reflexiones de su puño y letra a través de los fantasmas esa soledad a quemarropa que la devoró en vida y la enterró en muerte. El libro incluye, además, cartas a su psiquiatra, recetas de cocina, indicaciones a sus criados y todo cuanto pudo garabatear desde el abismo de sus adicciones. Se ha dicho, por decir algo, que este recorrido literario por su intimidad es una operación editorial para convertir a la actriz en escritora. En definitiva, que más que desmontar el mito, lo engrandece.

Son muchos los que han embotellado el recuerdo de Marilyn para hacer negocio. Su marca, sellada tantas veces con esa melena más rubia aun que el rubio platino, sigue generando beneficios mareantes. Una pista: los derechos sobre el nombre y la imagen de la actriz acaban de ser vendidos por su propietaria y hasta ahora única gestora, Anna Strasberg -viuda del profesor de interpretación de Monroe-, por 38 millones de euros.

Los nuevos dueños de este inmenso pastel de nata y marketing, dos empresas dedicadas a la promoción mediática, ya han anunciado su intención de relanzar la marca Marilyn. «No estamos interesados en las baratijas y la basura», han dicho. De momento, plantean crear una línea de ropa interior, una serie de cosméticos deluxe, una colección de productos para el hogar y hasta un reality show para encontrar a la sucesora de la actriz. Y tampoco descartan firmar acuerdos con los grandes estudios para que la estrella aparezca en futuras producciones de Hollywood, previsiblemente gracias a la tecnología de animación digital.

Y un pequeño apunte para seguir dando de comer a la estrella. Desde que murió, un desconocido hace llegar a su tumba una rosa roja. Todos los días. Sin excepción. Está claro que el mundo se resiste a dejarla descansar de una vez por todas. Pero es que Marilyn fue mucha Marilyn. Y a ver quién es el guapo que se atreve a olvidarse de ella.

Los norteamericanos, tan dados a los ránkings para medir la influencia de sus paisanos más ilustres, tienen también una lista de los muertos que más dinero generan cada año ncluso después de ser enterrados. Según la revista Forbes, Michael Jackson encabeza este ejército de cadáveres millonarios. En 2009 logró unos ingresos de 210 millones de dólares, cifra que supera a los acumulados por Lady Gaga, Madonna, Jay-Z y Beyoncé juntos. Al rey del pop le sigue Elvis Presley, con 46 millones de dólares, el dibujante Charles M. Schulz, creador de Snoopy, con 25 millones, Albert Einstein, con 7,6, y George Steinbrenner, dueño del equipo de béisbol de los Yankees de Nueva York, con 6. Marilyn Monroe, la rubia más célebre de todos los tiempos, sigue generando cada año un buen pellizco que asciende a los 3 millones de dólares.

El boom por todo aquello que huela a Marilyn Monroe, más allá de las gotitas de Chanel nº5 que se ponía en el ombligo para conciliar el sueño y las pesadillas, no deja de crecer. Sus joyas, sus fotografías, sus diarios personales o sus vídeos caseros de temática pornoerótica siguen causando furor entre los coleccionistas. El último récord de la marilynmanía descansa en el mítico vestido blanco que, para delirio de las alcantarillas de Nueva York, la actriz vistió en La tentación vive arriba. En junio, la casa de subastas Profiles in History logró venderlo por el módico precio de 3,2 millones de euros. Más allá de la factura a la que tuvo que hacer frente el comprador, esta venta desempolvó uno de los grandes misterios que rodean a Marilyn: su verdadera talla. Los que pudieron ver el vestido in situ confirmaron que la actriz «estaba en los huesos». Los fanáticos de la actriz salieron entonces en defensa de su musa, alegando que solía subir y bajar de peso con mucha facilidad. Así, llegó a alcanzar los 64 kilos en los momentos más compulsivos de su carrera, y cuando murió apenas sí pesaba 52. De acuerdo con los sastres que la vistieron, eran 89-56-89, mientras que algunas fuentes hablan de 86-61-86. Lo que sí se sabe es que medía 1,64, una altura ada despreciable para los estándares de la época.

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