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El bonito rostro de las publicidades

Cosas del destino. La misma semana en que ha fallecido la inolvidable Marisa Medina nos deja también Pedro Macía, igual que ella protagonista destacado de la historia de nuestra televisión. El periodista, muerto ayer a los 68 años a consecuencia de un cáncer, fue el presentador de los telediarios en dos de las etapas más complicadas para el buque insignia de TVE: el final del franquismo y la Transición.

Su rostro quedó inevitablemente ligado a el parte, expresión que durante muchos años se empleaba para referirse a aquellos informativos tan controlados por el régimen que apenas podían dar información alguna. Pero ello no puede tapar, en modo alguno, su extraordinaria profesionalidad, que le valió el reconocimiento del público y también de sus compañeros en forma de numerosos premios. Además, Macía tuvo que aprender a no sonrojarse cada vez que alguien le hacía mención del apodo por el que todavía hoy se le recuerda, Telebombón, un cariñoso mote por su imponente telegenia y su mirada profunda de ojos claros que hipnotizaba frente al televisor cada día a millones de españolas de varias generaciones.

Pedro Macía nació en Madrid en 1944. Tal era su pasión por el periodismo que mientras estudiaba el Bachillerato en el Colegio de los Padres Escolapios ya puso en marcha varios periódicos para alumnos. Quizá por consejo familiar empezó a estudiar Derecho, aunque enseguida abandonó la carrera para dar rienda suelta a su verdadera vocación, dando sus primeros pasitos en Radio Juventud de España. Pasado un tiempo retomaría los estudios para licenciarse en Periodismo en la Complutense.

Su perfecta dicción y su aplomo fueron su trampolín en Radio Nacional, donde ingresó en 1961 como miembro de su cuadro de actores. Pero lo suyo era contar noticias y no tardó en hacerse un hueco en la redacción de informativos de la incipiente TVE. Tenía 19 años. El espaldarazo se lo dio el fallecido Matías Prats, grande en el medio donde los haya. Y con un padrino así, su carrera sólo podía ser un éxito...

La televisión en blanco y negro de aquellos primeros años 60 era casi de juguete. Los profesionales tenían que inventarla cada día y era meritorio cómo conseguían sacar adelante una programación variada con muy pocos medios y todos los problemas técnicos imaginables. Por eso aquellos pioneros eran unos todoterreno que lo mismo se ponían al frente de un concurso, que de un boletín informativo, que de un espacio de variedades. El propio Macía presentó toda clase de programas en los 60 y principios de los 70: Fin de semana, Revista para la mujer, Por tierra, mar y aire, Teledeporte, En juego...

Pero el salto definitivo de su carrera lo dio en 1973 cuando se convirtió en uno de los presentadores de los telediarios. Todavía en blanco y negro, y absolutamente marcados por la censura franquista, Macía compartió las tres ediciones del informativo con Ramón Sánchez Ocaña o Rosa María Mateo, entre otros locutores que daban sus primeros pasos.

Muerto Franco, se empezaron a abrir algunas ventanas en TVE y con el fin de quitar naftalina al parte, las nuevas autoridades encomendaron a Rafael Anson que pusiera en marcha unos nuevos telediarios. Macía siguió formando parte del equipo de locutores, junto a otros nombres de peso como Eduardo Sotillos o Lalo Azcona. Fueron años muy complicados. Porque mientras el dictador aún vivía, los periodistas sabían a qué estrictas reglas de juego debían atenerse. Pero ninguno que tuviera la garra informativa de los mencionados podía aguantar que la dirección de televisión pretendiera mantener un control y una censura tan férreos mientras la democracia trataba de abrirse paso en España. Pedro Macía fue cesado varias veces de los telediarios por sus encontronazos con la cúpula del ente. Aunque normalmente volvía a ser restituido en su puesto, hasta que en 1979 le arrebataron la silla por negarse a leer un comunicado en antena sobre una decisión falsa que afectaba a los sindicatos.

Sólo volvería a presentar el Telediario en 1981, cuando Iñaki Gabilondo le ofreció la primera edición, en la que apenas duró un mes. Siguió, eso sí, al frente de otros programas de actualidad durante toda la década, como Punto de encuentro (1987), que se emitía en toda Latinoamérica. En 1989, cerrando el ciclo, volvió a RNE, donde permaneció algún tiempo en el que ya se asomó a la pequeña pantalla en muy contadas ocasiones.

Su afición teatral le llevó a escribir varias obras, como Los mendigos, El Grande o Dos camas para Anni. Hombre intelectualmente inquieto, también publicó un ensayo Televisión, hora cero (1981), en el que reflexionaba sobre el medio que tanta fama le había dado.

Era padre de dos hijos, uno de ellos periodista como él.

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