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Un tesoro escondido en una caja

Se llamaba Frank Oscar Larson y se crió en una familia de emigrantes suecos en el barrio de Queens. Combatió en las tropas aliadas durante la Gran Guerra y falleció prematuramente en 1964 por los efectos del gas mostaza después de una brillante carrera como ejecutivo de una entidad bancaria de Wall Street. 

Sus hijos eran conscientes de que Frank era un violinista aficionado. Pero no conocían el alcance de su pasión por la fotografía, que cultivó durante décadas como un vicio solitario. A espaldas de la curiosidad de sus colegas del banco o de los ojos inquisitivos de su mujer. 

Nadie en su entorno se molestó en revisar las fotos de Frank después su muerte y sus negativos terminaron olvidados en el sótano de uno de sus hijos. Dentro de una caja de zapatos que su nuera descubrió por casualidad en el verano de 2017. «Mi padre acababa de morir y mi madre estaba revisando sus pertenencias en su casa de Maine cuando se encontró entre sus pinceles esta caja con unos 100 sobres llenos de negativos», explica a Soren, nieto de Frank y cámara de la agencia Reuters. «En todos estaba anotada la fecha y el lugar donde se habían hecho las fotografías y ella reconoció la letra de mi abuelo». 

negativos pensando que contenían imágenes de la familia. No sabía que aquellos sobres eran el fruto de una exhaustiva exploración fotográfica de la ciudad. «Ni siquiera tenía un escáner pero lo compré», recuerda, «las fotos me parecieron muy hermosas y pensé en crear una página web. Pero fue un proceso muy lento porque cada sobre incluía unos 20 o 30 negativos y era difícil evaluar su calidad hasta verlos en positivo».

Las imágenes de Frank se expusieron por primera vez en una galería de Los Ángeles. Pero la intención de su nieto era exhibirlas entre lo muros de uno de los grandes museos de Nueva York. «Mi impresión era que los neoyorquinos sabrían apreciarlas como merecen porque sus protagonistas podían ser sus abuelos o sus bisabuelos», explica, «las fotos de mi abuelo son un retrato colectivo de la ciudad». 

Así fue como Soren contactó con los responsables del Museo de Queens, cuya sede está en el extremo occidental de Corona Park y a tan sólo unos metros del lugar donde se disputa cada año el US Open. «Las fotos me causaron una impresión muy fuerte desde el primer momento», explica Louise Weinberg, responsable de archivos del museo y comisaria de la exposición, «el trabajo de Frank no tiene nada que envidiar al de fotógrafos como Robert Frank, Walker Evans o Henri Cartier-Bresson. Sus imágenes juegan con los reflejos de los cristales y con el contraluz y nos sumergen en la atmósfera de una ciudad muy distinta de la que conocemos». 

Las imágenes ayudan a desentrañar el carácter de Frank. Un hombre introvertido que empezó a trabajar como auditor al regreso de la guerra en una rama de BNY Mellon en la que se jubiló como vicepresidente al final de su vida laboral. «Yo no tengo ningún recuerdo suyo porque murió cuando apenas tenía tres años», dice Soren de su abuelo, «lo que sé es lo que me contaba mi padre. Que era un señor decente y poco expresivo. El típico hombre sueco. Si le preguntabas algo, casi siempre tardaba en responder porque quería dar la respuesta más adecuada. Sus hijos siempre dijeron que había sido muy buen padre y entiendo que también un artista frustrado. Siempre trabajó en un banco en un rascacielos de Manhattan. Supongo que la fotografía era un modo de dejar ese mundo por unas horas». 

Frank siempre fue un fotógrafo ocasional. Pero no se tomó en serio su afición hasta los años 50. Quizá como una excusa para pasear por la ciudad o como una forma de aliviar la soledad cuando sus hijos se fueron a estudiar fuera de casa. El Museo de Queens ha colocado en una vitrina sus cámaras: dos Rolleiflex con objetivos gemelos que Frank sostenía a la altura de la tripa antes de disparar. Junto a ellas están los recibos de una tienda especializada y su fotómetro. También retratos familiares donde se le ve acompañado por sus hijos, sus suegros o su mujer. 

Frank no se decidió a probar suerte como fotógrafo profesional. Pero no siempre se guardó las fotos para sí mismo. Algunas las enviaba a concursos de aficionados y otras las compartía con el club de fotografía del vecindario. «Era miembro del Flushing Picture Club», explica Soren, «se reunían una vez al mes para mostrar sus fotos. Algunos negativos tienen una anotación que indica que ésos eran para el concurso». ¿Por qué no enviarlas a una revista profesional? «Eran otros tiempos», aventura la comisaria Weinberg, «no creo que Frank tuviera interés por dejar una vida apacible. Él tenía un gran amor por sus hijos y por sus nietos y era una persona modesta». 

Las imágenes nos transportan a un Nueva York que ya no existe. Ni en Queens ni en Chinatown ni en Times Square. Esos eran los lugares favoritos de Frank, cuyo trabajo deja entrever su sensibilidad y su simpatía por el hombre corriente: la taquillera, el zapatero remendón o los ejecutivos que hacen cola en la ventanilla de AP para recoger las informaciones de bolsa. 

En sus imágenes se percibe también su gusto por el humor y los detalles tiernos. Una muestra a un padre esperando en la estación de Grand Central con una muñeca que ha comprado para su hija. Otra presenta a dos mandatarios con chaqué fumando a escondidas en la tribuna de autoridades durante el desfile de San Patricio de Nueva York. 
Frank falleció en el sótano de su casa de Queens en 1964. Para entonces se había mudado a un chalecito de Connecticut. Pero había vuelto a la ciudad para ver a su familia y visitar la exposición universal. Nunca lo logró. Pero sus fotografías se exhiben en el Museo de Queens: uno de los pabellones de la exposición.

Este articulo lo ha escrito: E. Suarez.... puede ser Emilio, Eustaquio, Eva, Eleuterio o Evaristo, para vamos que es suyo, de su puño y letra. Internete es un agco, te lo copian todo, ay señor...

Comentarios

  1. Fusilado letra a letra del periódico El Mundo (E. Suarez) se te olvida decir.

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  2. Emilio!! Vas siguiendo por internete a ver quién te ha copiado?? Vaaaaya!!

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