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Ser neutral es estar muerto

Del buzón adosado a la puerta metálica asoma un sobre con aspecto de llevar varios días esperando al destinatario. Es éste un edificio de fachada pobre, con veladura de piso franco. Del otro lado del telefonillo, una voz pregunta: «¡Quién va!» y dan ganas de soltar una clave disparatada por ver qué sucede al otro lado. Basta, sin embargo, con dar el nombre y empujar ligeramente la cancela de chapa para estar dentro. Lo primero que ves son unas escaleras que podrían rematar en cualquier sitio: desde un local de escuchas de la Stasi, al epicentro de una tertulia de latiguillo jacobino. Aunque al final de los peldaños quien aparece es la fotógrafa Isabel Muñoz vestida de negro, con la melena de penumbra, desplegando cortesía y pidiendo disculpas porque anda enredada atando un viaje a China que aún no se concreta.

El estudio es amplio. Tiene un aroma de revolución industrial que quedó pendiente. De las paredes cuelgan fotografías reconocibles, casi iconos del trabajo de esta mujer que ha recorrido el mundo con una mística entre fisgona y guerrillera, con unos voltios muy poéticos en la mirada, extremadamente útiles para bombear hacia fuera esa gota purísima que el hombre esconde detrás de todas sus máscaras. «Aquel del fondo es un guerrero de Papúa-Nueva Guinea», informa. «Es una serie en la que estoy trabajando ahora». Un retrato poderoso que increpa desde unos ojos de cielorraso. Del otro lado, detalles de un cuerpo de mujer. La foto de un brazo cuajado de pulseras que acaba en unos dedos de uña homicida. O la de un culo de nubes bajas que emociona bajo el textil de una falda bien pegada. Y cámaras, y más retratos, y grandes planotipias encima de las mesas... Y unos sofás para la visita en medio de este museo de cuerpos y agua brava que nacen de la colisión del deseo, la sensualidad, el miedo, la curiosidad, la necesidad del otro, la obsesión por el movimiento, la ambición de captar lo que tiene de perfecto cierta anatomía nubia untada en grasa de caballo... Es el gran reporterismo lírico de Isabel Muñoz. Esa búsqueda de lo refinado que hay en lo más recio y fugaz del género humano. Desde los bailarines de tango a las niñas prostituidas de Camboya, los terminales de sida o el abrasivo desagüe de las maras.

- Son muchas las cosas que me impulsan a hacer fotografías. Cuando comencé en esto mi interés era la gente. La verdad de la vida está ahí, en los demás. En ellos y en la necesidad de amar. De tocar y amar... Luego está el atractivo por el movimiento, por el misterio de lo que no se ve, por el mal, por la belleza, por el daño. Comencé a tomar oficio a mediados de los años 70, cuando cambié Barcelona por Madrid.

- ¿Por qué el cambio?

- Por amor. Me casé muy joven y tuve gemelos. Durante algunos años estuve apartada de la fotografía, hasta que mis hijos ya crecieron y decidí regresar. Aquel Madrid de los 70 era un desierto. No había muchas opciones de estudio para este oficio. Aunque después de unos años en Photocentro, donde conocí a uno de mis maestros, Ramón Mourelle, tuve la suerte de trabajar con Eduardo Momeñe. De él aprendí mucho. Por vía del error y de la intuición... Curiosamente sigo funcionando así... Y tampoco esquivo la duda. Es bueno no estar segura de nada.

- ¿Dónde termina una fotografía?

- En los ojos de quien la mira. Pero no siempre. A veces es ahí donde continúa.

- ¿Uno sale ileso de ciertas imágenes?

- Depende. De algunos de mis reportajes no he salido sin daño. Incluso no he salido del todo. Sucede igual con los viajes. Nunca regreso igual. Cada foto tiene su historia. Lo que los demás ven es la escena o al protagonista, pero las historias que acompañan a cada una de ellas sólo se te quedan a ti dentro. A veces la vida te hace vivir con cosas que nunca debiste experimentar. Y hay que seguir adelante... Yo no he vuelto a ver la vida como antes de mis 39 años.

- ¿Por qué?

- Es... Es algo muy personal... A mí lo que me ha ayudado a vivir es uno de mis grandes defectos: mi forma de amar.

- ¿Te has hecho más escéptica con la experiencia?

- No. En todo caso, más apegada a lo real. Hay cosas en las que ya no crees, pero aún me gusta seguir contando lo que veo. La ilusión sigue ahí, con más elementos de apoyo y quizá alguna amenaza añadida. Ser escéptica sería blindarme, que es lo más parecido a dejar de vivir, a dejar de sentir. Corres el riesgo de caer en el autismo emocional. Yo sigo somatizando el dolor y el gozo ajeno. Eso es parte de vivir con ilusión.

Isabel Muñoz nació en 1951. Quería estudiar Matemáticas Exactas. Los números son otra forma de interpretar el mundo. Habla y según escuchas entiendes que sus líneas externas, la cuenta de sus gestos, el lazo de sus dedos, incluso los aromas del estudio pueden alcanzar una entereza íntima que se sobrepone al jaleo de unos operarios que instalan un arco voltaico aquí mismo, masacrando la pared con un taladro. Gasta algo femenino y brujo que echa por delante cuando conviene. Ha vivido en los ambulatorios camboyanos con los moribundos. En las cárceles con los más chungos del lugar, tipos que se hicieron respetar reventándole el cráneo a sus mamás. En burdeles asiáticos con niñitas penetradas 100 veces por noche. Junto a tribus estrepitosas de África... Retrata eso y después es capaz de extraer toda la sensualidad de una cadera flamenca, un erotismo febril que sale de la curva mórbida de una nalga. O le saca a un torero el envés chamánico que oculta bajo la taleguilla trasteada... «Cuando fotografío no importa si soy hombre o mujer. Lo de la mirada femenina es una tontería», exclama.

- De pequeña quería ser un hombre. Pero según fui creciendo lo olvidé. Mi condición me ha permitido entrar en contacto con otras mujeres y sus culturas de un modo que habría sido casi imposible para un varón... Yo retrato personas. E intento entrar más adentro de lo que se ve. A esa zona que está entre lo que llamamos aura y ese algo de más allá que no sé explicar.

- ¿La mirada es neutral?

- Nunca. Qué miedo ser neutral ante según qué cosas. Y si lo eres, estás muerto.
- ¿Ante esta crisis, por ejemplo?

- Pues no sé... Pero tengo claro que esta crisis ha cogido a los ciudadanos de rehenes. No soy economista, ni política. Tan sólo una ciudadana que sabe que esta crisis de valores sólo tiene un antídoto: recuperar la fe en la colectividad. Si intentamos resolver esta situación como se hizo en otras ocasiones nos equivocaremos. El cambio empieza por el modelo de sociedad. Por el perfil del individuo... Y por no olvidar a aquellos que siempre han estado mal y que en su mayoría nos deben esa forma de humillación que es la miseria.

- ¿Podrías definir lo que decimos cuando decimos fotografía?

- A ver... Una forma de amar. Más o menos.

Lo del viaje a China parece ya solucionado en lo que llevamos aquí. Ahora toca resolver la próxima visita a Papúa-Nueva Guinea para continuar con la serie de Danzas y ritos, de la que estos días expone una parte en la galería Blanca Berlín de Madrid (C/ Limón, 28). Luego marchará a India para armar otra serie sobre los eunucos... «Necesito este nomadismo. Soy algo gitana. Ando con la vida a cuestas y no sé detenerme», anuncia. E Isabel Muñoz mira profundo, como conquistando a cada rato el derecho a entrar sin límites hasta el fondo del otro. Uno, atropelladamente, se deja invadir y le abres ya vencido las puertas a patadas. De tal modo mira esta mujer, con la voz siempre muy baja.

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