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La oposición de Putin

Las urnas todavía no se han sacado de sus cajas, pero la oposición ya se prepara para protestar ante otro mandato, ahora de seis años, de Vladimir Putin. Las encuestas le dan un 60% de apoyo a las puertas de la que, en cualquier caso, va a ser la cita electoral más ruidosa que ha tenido que afrontar un líder ruso.

Casi todos los rincones notables de Moscú están ya reservados por los partidarios del primer ministro, para jalearle, o por los opositores, para protestar por el tongo. Es sólo una muestra de la extraña situación de bloqueo que subyace en el pulso que libran ambas partes: desde el poder no se logra frenar un descontento que sigue creciendo en la calle, pero que al mismo tiempo no consigue que las encuestas den la espalda al que desde 2000 es el hombre más poderoso del país.

Los fieles a Putin se han movido rápido esta vez para evitar otro revolcón mediático como el de las elecciones de diciembre, cuando el retroceso del partido en el poder fue adornado por las televisiones con manifestaciones clamando que el descalabro real había sido mucho mayor.

A las fuerzas de Putin, el ayuntamiento moscovita les ha concedido para mañana por la noche todos los puntos limítrofes con el Kremlin, de modo que difícilmente será audible algún reproche desde el interior de sus despachos. «Si ellos [los opositores] quieren tomar las plazas, no podrán: todas estarán tomadas antes por nosotros», adelantaba ayer Andrei Osipov, dirigente de Nashi, las juventudes de Rusia Unida.

Para conocer cuál va a ser el argumento de la oposición el día después, si se demuestra que han sido inútiles las marchas y los vídeos mostrando la manipulación a la hora de lograr el cambio, basta con ver dónde está convocada una de sus protestas el lunes: delante del Comité Electoral Central, el organismo encargado de velar por la limpieza del proceso. La presencia de observadores internacionales y la idea de Putin de poner cámaras web en los colegios no han convencido a muchos. «El domingo podemos elegir a quién votar, pero no podemos cambiar nada», explicaba ayer Igor, un estudiante siberiano que completa su formación en Moscú.

Los opositores han agitado la convocatoria en las redes sociales y esperan que en la manifestación participen de 15.000 a 30.000 personas. Jóvenes blogueros apenas conocidos hace un par de años, como Ilya Yashin y Alexai Navalny, han tomado las riendas de la organización de protestas y planean repetir la jugada de hace unos días, bautizada ya como Gran Círculo Blanco. En aquella ocasión, los participantes, unidos de la mano, formaron una cadena humana silenciosa a lo largo de una de las principales avenidas moscovitas, que con sus 15 kilómetros de longitud rodea el centro de la capital. El poder estuvo así cercado por el pueblo durante unas horas, aunque fuese se manera simbólica nada más.
Pero esta vez la situación puede virar hacia un escenario similar al de la plaza Tahrir en Egipto, porque los manifestantes están dispuestos a estar en las calles durante horas o días en una protesta permanente. Ocuparán su espacio el lunes a las 10 de la noche y no finalizarán hasta que las fuerzas de orden obliguen a los participantes a marcharse o haya un cambio en la vida política. Cualquier intento de instalar un campamento será reprimido, advierte la policía.

El fantasma que más temía Putin parece conjurado por el momento. Los expertos creen que en Moscú de momento no habrá una revolución naranja como la que tuvo lugar en Ucrania tras las presidenciales de 2004. «Aquí no hay candidato por el que luchar», explica el analista Igor Bunin, y «estos rusos pelean contra el sistema en general haciendo un carnaval, no una revolución». Por eso, en los últimos compases de la campaña, Putin se muestra tranquilo ante la prensa: «Todo el tiempo pienso si he cometido un error grave y si actuaría de otra manera... y no, no ha habido asuntos así».

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