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La joya de Mozart

El acontecimiento parecía un ceremonial esotérico o una ouija de connotaciones paranormales. Porque el médium, Florian Birsak, tocaba el pianoforte de Mozart en la casa de Mozart y con una partitura de Mozart desaparecida. Era la forma de legitimar el reestreno del Allegro molto en la noche del pasado viernes, de invocar el espíritu del compositor y el modo de otorgar al hallazgo musicológico suficiente repercusión como para que la noticia apareciera en el telediario puntero de la CNN. 

Más aún cuando el concierto de tres minutos concernía al compositor más popular de la Historia (le asedian Bach y Beethoven) y cuando el descubrimiento redundaba en la gloria del niño porodigio. Así escribía Wolfgang Amadeus Mozart cuando tenía 11 años. 

O el signore Giovane Wolfgango Mozart, pues de tal guisa consta la autoría del Allegro molto que la profesora Hildegard Herrmann-Schneider encontró por casualidad mientras rastreaba documentos de la música antigua tirolesa, sin mayores pretensiones que un inventario de ámbito e interés restringidos. 

La sorpresa sobrevino cuando aparecieron, entre los legajos y manuscritos, los 82 compases de la obra para piano que Mozart escribió allá por 1767. 
Impresionan los requisitos técnicos de la partitura y llama la atención la soltura creativa del giovane, así es que los expertos del Mozarteum -sobrenombre del eminente conservatorio salzburgués- sostienen que el Allegro molto puede considerarse un testimonio elocuente de la transición mozartiana entre la infancia y la adolescencia. 
«En efecto, es una partitura interesantísima porque ya se aprecia en ella un grado de elaboración y de imaginación que anticipa la dimensión que Mozart iba a adquirir con el tiempo», explica el director del Mozarteum, Ulrich Leisinger. «Cuesta trabajo asumir que el niño sólo tuviera 11 años». 

Semejante punto de vista se resiente de la euforia y se atiene al impacto mundial del hallazgo musicológico, pero se antoja una desmesura concluir que en el desván del Tirol apareció como un brote verde a principios de marzo el eslabón perdido de la creación mozartiana. 

Proliferan muchas obras documentadas del mismo periodo. Mozart ya había realizado en 1767 la primera gran gira europea de exhibición, tenía escrito su primer oratorio y había prodigado algunas sinfonías y sonatas para piano, aunque el tamaño de su catálogo creativo (un total de 700 obras en menos de 36 años de vida) no significa que deban subestimarse los descubrimientos de las partituras desaparecidas. 

El Allegro molto es la última de ellas y tiene pendiente ubicarse en el catálogo Köchel, es decir, el archivo ortodoxo y definitivo que delimita cronológicamente el repertorio de Mozart, aunque las pruebas de autoría que ha recuperado Herrmann-Schneider parecen demostrar la verosimilitud de la atribución. 

No se trata de un manuscrito del compositor, sino de la transcripción que hizo un joven estudiante de música llamado Johannes Reiserer y que forma parte de un libro de partituras de 160 páginas que se utilizaba en el Tirol austriaco hacia 1780, como método pedagógico para iniciados del pianoforte. 

Es cierto que la temprana edad de composición impide reconocer de manera inequívoca la autoría de Mozart, pero Herrmann-Schneider acumula suficientes pruebas documentales a favor del hallazgo. Empezando por la proximidad de Johannes Reiserer a la familia del precocísimo maestro. 

«Nunca pensé que iba a encontrarme con una partitura inédita de Mozart», explica la musicóloga. «Ni siquiera la estaba buscando, pero la emoción de descubrirla compensa tantos años de trabajo y permite reconstruir un poco más el gran mosaico del compositor salzburgués». 

El mosaico en cuestión ha demostrado una extraordinaria vitalidad. Tanto se han desmentido algunas atribuiciones como se han rehabilitado otras, aunque en este vaivén de actividades espeleológicas también han surgido partituras desaparecidas. Casi todas ellas relativas a la infancia. 

La Fundación Internacional Mozarteum, por ejemplo, anunció en 2009 la noticia de un par de obras para piano que el niño Mozart escribió entre 1763 y 1764, mientras que tres años antes, en 2006, el hallazgo de un nuevo tesoro infantil lo presentaba orgullosamente el arzobispado de Salzburgo, por mucho que el titular eclesiástico de la época concernida, monseñor Colloredo, fuera un enemigo declarado del compositor local y contribuyese a la ruptura de Amadeus con su propia ciudad natal. 

Es allí donde Mozart se ha convertido en un tótem turístico y donde el pianista Florian Birsak parece haber asumido un papel de mediador necesario. Suya ha sido la responsabilidad de tocar los últimos grandes estrenos, de forma que su opinión sobre el teclado del piano original en el hogar de la insigne famillia austriaca reviste particular interés: «No creo estar sugestionado cuando digo que, en el niño y adolescente Mozart, se vislumbra el inmenso talento que sobrevendría después. Hay señales especiales, aspectos diferentes que ya anticipan una personalidad completamente prodigiosa». 

Prodigioso y novedoso también ha sido descubrir recientemente en los Museos Capitolinos de Roma el documento con que el Vaticano confería a Mozart la Orden de la Espuela de Oro. Formaba parte de los archivos secretos porque no era fácil conciliar públicamente que la Santa Sede hubiera premiado al joven compositor cuando el propio Amadeus había cometido una especie de sacrilegio. 

Hablamos de la proeza que Mozart consumó en la Capilla Sixtina del Vaticano el 11 de abril de 1770. Catorce años había cumplido el muchacho cuando escuchó el Miserere del sacerdote y compositor Gregorio Allegri (1582-1652). Se trataba de una partitura especial porque se interpretaba tradicionalmente en Semana Santa y porque las autoridades eclesiásticas de Roma habían prohibido su divulgación fuera del perímetro sagrado del Vaticano. 

Corrían el riesgo de excomunión quienes osaran traspapelar y copiar la obra de Allegri más allá de la muralla. 
Wolfgang Amadeus Mozart, en cierto modo, desafió la prohibición: fue capaz de memorizar y de transcribir el Miserere literalmente en cuanto llegó a su alojamiento romano. ¿Dios o el diablo?

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