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El espectador experimenta

Es muy sencillo, dice el director. «El mago deja la baraja sobre la mesa. Muestra sus manos. Te mira a los ojos. Te pide que confíes en él. Y luego empieza a jugar con aquello que quieres que ocurra», dice. «Eso es justo lo que he intentado hacer con esta película. Toda ella está concebida como un truco de magia», revela a continuación.

Relajado, sonriente, a punto para el desayuno (un zumo de naranja, fresas que pinchar con incómodos palillos), Rodrigo Cortés, el chico que metió a Ryan Reynolds en un ataúd y convirtió lo que a todas luces parecía un suicidio comercial en una de las películas del año (Buried), habla de Luces rojas, su último trabajo, una fría y calculadora oda al reverso del ilusionismo de predicador sin escrúpulos con forma de thriller, como quien habla de un juego de cartas con truco. 

Un truco en el que brillan dos estrellas: Sigourney Weaver y Robert De Niro, heroína ella (en el papel de la portentosa doctora Margaret Matheson, dedicada a desenmascarar farsas paranormales) y villano él (en la piel de Simon Silver, el mentalista más famoso de todos los tiempos, retirado tras, supuestamente, haber provocado la muerte de un periodista en directo).

Y otras dos: Cillian Murphy (un aprendiz de la doctora Matheson) y Elizabeth Olsen (una alumna aventajada), protagonistas de la escena más reveladora de la película. En ella, el chico y la chica están en una cafetería. Hay poca luz y el chico juguetea con una moneda entre las manos. La chica quiere saber cómo ha conseguido meterla bajo su batido sin que ella se haya dado cuenta. El chico dice: «Porque no mirabas en la dirección adecuada». Y a continuación, añade: «Si alguien saca un conejo de la chistera ten por seguro que es porque alguien lo ha puesto allí antes». O el ilusionismo entendido como mentira piadosa que sirve a un fin: el de abrir la puerta a lo inexplicable.

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